La Gran Carrera de los Sueños
Era un cálido día de primavera en el pequeño barrio de Villa Esperanza. Todos los niños estaban emocionados porque se acercaba la Gran Carrera de los Sueños, un evento que no solo era una competencia, sino también una ocasión para ayudar a quienes más lo necesitaban. Este año, el dinero recaudado iría a un refugio de animales abandonados.
Entre los participantes, se encontraban Valentina, una pequeña de diez años con una gran pasión por las mascotas, y su mejor amigo, Lucas, quien siempre soñó con ser corredor profesional.
"¿Sabés, Lucas? Este año quiero ganar la carrera no solo por mí, sino por todos esos perritos y gatitos que necesitan un hogar", dijo Valentina mientras acariciaba a su perro, Fido.
"¡Yo también quiero ayudar! No solo quiero ganar, quiero que todos los vean corriendo juntos por una buena causa", respondió Lucas, haciendo saltar su energía.
Las semanas pasaron y los amigos entrenaban todos los días después de la escuela. A veces, se desanimaban al ver que otros niños corrían más rápido.
- “No importa si no ganamos, lo importante es que estamos haciendo algo bueno”, decía Valentina.
- “Tenés razón, Valen. Vamos a dar lo mejor de nosotros”, decía Lucas, siempre trataba de motivar a su amiga.
El día de la carrera llegó y todo el barrio estaba lleno de color y alegría. Los padres animaban a sus hijos, y las pancartas de apoyo se veían por todos lados. La meta, pintada de brillante amarillo, parecía más deslumbrante que nunca.
Justo antes de la carrera, el organizador, el señor Gómez, les dio unas palabras de aliento a todos los participantes:
"Recuerden que no se trata solo de ganar, sino de ayudar y disfrutar. Siéntanse libres de correr a su propio ritmo y, sobre todo, pasenla bien."
Valentina y Lucas se miraron, decididos. Rahí no había vuelta atrás. La carrera comenzó y, como un rayo, los niños salieron disparados.
Sin embargo, un inesperado giro ocurrió en el kilómetro dos; un cachorro, perdido y asustado, apareció en la pista.
- “¡Ay, mirá, Valen! ¡Ese perrito necesita ayuda! ¡No podemos dejarlo aquí! ”, gritó Lucas.
Valentina se detuvo en seco.
- “Tenés razón, Lucas. Vamos a ayudarlo. ¡Sigue corriendo, y llamá a la señora Marta, la de la veterinaria! Yo me encargaré de llevarlo a un lugar seguro”, dijo Valentina mientras recogía al cachorro.
El corazón de Valentina latía rápido, no solo por el esfuerzo de correr, sino también por la emoción de ayudar. Lucas, viendo cómo Valentina se preocupaba por el cachorro, decidió unirse y hacer lo mismo.
Todos los participantes se dieron cuenta de lo que sucedía y comenzaron a parar.
- ”¡Vamos chicos! ¡Ayudemos! ”, gritó uno de los niños.
A medida que más niños se unían, el espíritu solidario crecía. Muchos se ofrecieron a llevar a otros animales que también habían sido abandonados. En ese momento, todos los que estaban en la carrera se convirtieron en un solo equipo.
- “Chicos, esto es increíble. No competimos entre nosotros, ¡estamos ayudando a crear un lugar mejor para estos animales! ”, exclamó Lucas emocionado.
Finalmente, con todos los animalitos a salvo, decidieron regresar a la carrera, aunque la mayoría de los competidores ya se habían adelantado. No les importaba, porque lo importante era que habían hecho algo bueno juntos. Al llegar a la meta, la multitud los vitoreó.
- “¡Miren a estos héroes! ”, gritó la señora Marta desde el público.
Aunque no ganaron en el sentido tradicional, Valentina y Lucas se convirtieron en los verdaderos ganadores del día porque habían ayudado a muchos animales a encontrar un nuevo hogar.
Esa noche, mientras disfrutaban de una merienda en casa, Valentina sonrió y le dijo a Lucas:
- “No necesito un trofeo, ¡tengo un corazón lleno de alegría por lo que hicimos hoy! ”.
- “Y yo tengo una nueva motivación: correr para ayudar siempre”, respondió Lucas, mientras levantaba su vaso. Ambos chocaron sus vasos con entusiasmo.
Desde ese día, Valentina y Lucas decidieron que organizarían más eventos solidarios en su barrio, inspirando a otros niños a ser parte del cambio. Y así, la Gran Carrera de los Sueños se convirtió en una tradición anual, donde cada año los niños no solo competían, sino que también colaboraban para hacer de Villa Esperanza un lugar mejor para todos.
Colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.