La Gran Carrera del Bosque



Era un hermoso día en el bosque. Las hojas brillaban, los pájaros cantaban y la emoción estaba en el aire. Todos los animales se habían reunido para la gran carrera anual. Este año, el evento era aún más especial porque se había invitado a nuevos participantes. Armando, el armadillo, estaba nervioso. A su alrededor, vio a las liebres rápidas que saltaban con energía, los astutos zorros que hacían piruetas en el suelo y hasta al majestuoso ciervo que trotaba elegante, todos listos para competir.

Armando siempre había sido el más pequeño de su grupo, y las carreras no eran su fuerte.

- “No sé si puedo”, pensó, sintiendo que su caparazón pesado lo ralentizaba. Pero justo en ese momento, su amiga Tita, la tortuga, se acercó lentamente.

- “¡Vamos, Armando! ¡Tú puedes hacerlo! Recuerda, paso a paso, llegarás lejos.”

Las palabras de Tita le dieron confianza. Aun así, el miedo seguía presente. En la línea de salida, el juez, un búho sabio llamado Don Uvaldo, levantó su ala e inició la cuenta regresiva.

- “¡Tres, dos, uno… ¡A correr! ”

Los animales salieron disparados. Las liebres se burlaban,

- “Miren al armadillo, ¡se queda atrás! ”.

Armando se sintió mal, pero recordó las palabras de Tita. Entonces, concentrándose en cada paso, empezó a moverse.

Al principio avanzaba despacio, mucho más que los demás. Pero, con cada paso, se sentía más seguro. Mientras las liebres y los zorros corrían tan rápido como podían, Armando se centraba en su propio ritmo.

- “Paso a paso”, se repetía a sí mismo.

De repente, un giro inesperado del camino llevó a los animales hacia un pequeño arroyo. Las liebres, siempre tan rápidas, tropezaron con la orilla resbaladiza y cayeron al agua. Los zorros, intentando saltar, se distrajeron y se perdieron en la maleza.

Armando, sin prisa y con cuidado, empezó a cruzar el arroyo.

- “No puedo creer que estoy muy cerca de las liebres”, se decía, sintiendo que su confianza crecía. A medida que avanzaba, vio a Tita en la orilla opuesta animándolo.

- “¡Sigue así, Armando! ¡Vas a lograrlo! ”

Finalmente, Armando llegó al otro lado del arroyo sin caer. Mientras tanto, las liebres luchaban por salir del agua.

- “¡Necesitamos ayuda! ”, gritaban.

Armando miró a su alrededor y vio a otros animales atascados por el barro. Sin dudarlo, decidió ayudar.

- “¡Vamos, yo puedo empujar para sacarlos! ”

Junto a Tita y algunos otros animales, comenzaron a formar una cadena, ayudándose mutuamente.

- “No se trata solo de ganar, sino de correr juntos”, dijo Tita mientras tiraba de una de las liebres. Finalmente, los animales lograron salir, aunque ya estaban bastante retrasados.

Al acercarse a la meta, Armando aceleró un poco. Al cruzar la línea, miró sorprendido: ganó un reconocimiento especial por su valentía y camaradería.

- “¡Felicidades, Armando! ” le dijo Tita con una sonrisa.

- “No creí que pudiera llegar, pero me ayudaste a dar el primer paso”, respondió Armando, con una sonrisa de oreja a oreja.

Esa noche, en el bosque, todos celebraron la gran carrera. Armando había aprendido que no se trataba solo de ser el más rápido, sino de ayudar a los demás y disfrutar cada paso del camino. Desde entonces, a Armando ya no le importaba ser el más lento. Su amistad con Tita y los demás se había vuelto más fuerte, y juntos prometieron volver a correr en la próxima carrera, armados con confianza y compañerismo.

Y así, cada vez que un animal se sintiera inseguro, recordaría las palabras de Tita y el gran valor de la amistad.

FIN.

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