La Gran Farsa



Había una vez, en una hermosa laguna rodeada de flores y árboles, un patito que había sido menospreciado por su aspecto. Desde muy pequeño, el patito feo había aprendido a nadar y a buscar comida solo. Un día, mientras exploraba la orilla de la laguna, escuchó a un grupo de animales hablando entre ellos.

"¿Viste al patito feo? Nunca será como nosotros, siempre será diferente."

"Sí, ¡qué pena! Pero, ¿saben qué? Sí tiene un gran corazón. Eso es lo que lo hace especial."

El patito se sintió un poco más animado al escuchar eso, pero seguía deseando encajar. Decidió que era hora de hacer algo al respecto. Un día, mientras los demás patos nadaban felices, el patito feo nadó más allá del grupo, sintiendo que debía encontrar su propósito.

Pronto, el patito se topó con un viejo y sabio pelícano que estaba descansando en una roca.

"Hola, pequeño. Te veo triste. ¿Cuál es tu problema?"

"Soy el patito más feo de la laguna y no puedo encajar. Nadie me quiere porque me veo diferente."

"A veces, ser diferente es una gran ventaja. Tienes que descubrir tus propias habilidades. ¿Has pensado en lo que puedes hacer?"

El patito feo, intrigado, le preguntó al pelícano:

"¿Cómo puedo descubrirlo?"

"Sal y explora. Haz cosas que te apasionen y verás cómo los demás te valoran por tus talentos."

Decidido a seguir el consejo del pelícano, el patito se aventuró a experimentar. Primero, intentó correr como los patos más rápidos.

"Voy a ser el más veloz de todos!"

Pero se dio cuenta de que no era su fuerte. Después probó a bailar, imitando a las sillitas que giraban en el agua.

"¡Soy un gran bailarín!" Pero la verdad es que no era lo suyo.

Desanimado, le dio la espalda al agua y se sentó en la orilla a reflexionar. Fue entonces cuando se dio cuenta de algo importante. Miró a su alrededor y vio un grupo de pequeños patitos en un rincón, tratando de construir una especie de fortaleza con ramas y hojas.

"¿Puedo ayudarles?" preguntó el patito.

Los pequeños patitos lo miraron con sorpresa.

"¡Claro!" respondieron felices.

Al instante, el patito comenzó a juntarse con ellos. Usó su pico para encajar las ramas en su lugar, utilizó sus alas para tapar los huecos y, de repente, la fortaleza empezó a tomar forma. Todos los patitos estaban asombrados.

"¡Qué bien que lo haces! Eres un gran arquitecto!" dijo uno de los pequeños patitos.

"¡Sí! ¡Eres increíble!" agregó otro.

El patito feo, emocionado, sintió que una chispa de felicidad iluminaba su interior. En ese momento, comprendió que no necesitaba cambiar su apariencia, ya que su valor radicaba en ayudar a los demás.

"Gracias, amigos. Esto es lo que mejor hago, ¡ayudar y construir cosas!"

Finalmente, el patito feo fue aceptado entre los demás patos, no por cómo lucía, sino por lo que era capaz de hacer. Aquella laguna, que una vez le pareció cruel, se convirtió en su hogar lleno de amigos. Con el tiempo, el patito feo se volvió un símbolo de unión y trabajo en equipo en la laguna.

Así, a través de la amistad y el esfuerzo colectivo, el patito feo aprendió que su valor no dependía de su apariencia, sino de su corazón y de las habilidades que había encontrado dentro de sí. Y desde ese día, nadó con alegría, rodeado de amigos que lo amaban por lo que era.

Y colorín colorado, este cuento ha terminado. Pero recuerda, siempre hay un lugar para quienes se esfuerzan por ser ellos mismos y ayudar a los demás.

FIN.

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