La Gran Farsa
Había una vez, en un lago brillante lleno de flores y cañas verdes, un patito que era diferente a los demás: era feo, o al menos eso pensaba él. En su corazón, era un poco vanidoso y egocéntrico, siempre mirándose en el agua intentando reparar su apariencia.
"¡Soy el patito más lindo de todos!", se repetía cada vez que veía su reflejo.
Pero su reflejo decía otra cosa. La pluma de su cuello era amarilla, sus patas torcidas y su canto un poco desafinado. Mientras sus hermanitos cisnes jugaban a chapotear y a volar, él permanecía al margen, esperando que su apariencia mejorara mágicamente.
Un día, decidió que tenía que hacer algo al respecto, así que se acercó a su madre.
"Mamá, ¿cuándo seré un cisne hermoso como ustedes?", preguntó el patito con voz ansiosa.
"Querido, la belleza viene del interior. No te preocupes tanto por tu aspecto exterior", le respondió su madre con suavidad.
El patito hizo un puchero y se fue volando por el lago, decidido a mostrarle a todos lo bonito que podría llegar a ser. Pero su vanidad solo lo llevó a tener conflictos con los demás animales.
"¡Mírenme! Soy el más hermoso, ¡así que todos deberían hacer lo que yo digo!", proclamó un día.
Los patitos y las aves comenzaron a ignorarlo, y poco a poco, el patito se fue sintiendo más solo. Entonces, una mañana, conoció a una tortuga llamada Tula, que, aunque era más lenta y no se parecía en nada a él, tenía una sonrisa radiante.
"Hola, patito. ¿Por qué estás tan triste?", le preguntó Tula.
"Me siento solo y nadie me quiere porque soy feo", respondió el patito, bajando la mirada.
"A veces la belleza no se ve con los ojos, se siente con el corazón. Quizás deberías intentar ser un mejor amigo en vez de solo buscar admiración", le sugirió ella.
Pensando en sus palabras, el patito decidió intentar cambiar. Se acercó a sus hermanos cisnes y les dijo.
"Chicos, quiero jugar con ustedes. No quiero sentirme solo".
Al principio, sus hermanos se miraron entre sí, sorprendidos por el cambio de actitud.
"Está bien, vení, ¡juguemos al escondite!", le respondieron.
Día tras día, el patito se esforzó en ayudar a los demás, a ser más amable y a disfrutar de los momentos, sin preocuparse tanto por su apariencia. Se dio cuenta de que la diversión y las risas eran mucho más importantes que ser el más lindo del lago.
Entonces, un día, la madre cisne organizó una competencia de belleza. Todos los animales se prepararon, pero en vez de competir, el patito se acercó a su madre.
"Mamá, ¿puedo participar? Pero no quiero ser el más bonito, solo quiero ser parte de la diversión".
Su madre sonrió orgullosa.
"Por supuesto, querido. ¡Claro que sí!".
Cuando llegó el día de la competición, el patito se presentó con una gran sonrisa. A medida que se sucedían las rondas, él hacía reír a todos con sus ocurrencias y su dulzura. Al final, todos se pusieron a aplaudirle y a cantar.
"¡Eres el más divertido!", gritaron sus hermanos cisnes.
"¡Sí, y el más genial!", agregó Tula.
Entonces el patito comprendió que la verdadera belleza venía de ser feliz con uno mismo y de ser un buen amigo. Ya no le importaba su apariencia, porque en su corazón brillaba una gran alegría y un amor por los demás.
Desde ese día, el patito dejó de preocuparse por lo que pensaban de él y disfrutó de cada momento con su familia cisne y amigos. Aprendió que lo más importante era ser uno mismo, con un corazón generoso y abierto a los demás.
Y así, todos vivieron felices en el lago, comprendiendo que la verdadera belleza está en la bondad y el amor que compartimos.
FIN.