La gran fiesta de los animalitos



Había una vez en un bosque encantado, un lugar donde los animalitos vivían felices y en armonía. Cada año, al llegar la primavera, los animales se reunían para celebrar su gran fiesta. Este año, todos estaban más emocionados que nunca porque sería la primera vez que iba a participar el pequeño Conejito Lalo, un conejito tímido que siempre se escondía detrás de su madre.

El día de la fiesta comenzó con un sol radiante. Los pájaros cantaban y la brisa suave llenaba el aire con un perfume de flores frescas. Los animales se organizaron en grupos para preparar todo. La ardilla Libby se encargó de las decoraciones, mientras que el búho Sabio ayudaba a preparar los juegos.

"Vamos, Lalo, tenemos que comenzar a preparar la fiesta", le dijo la ardilla Libby con una sonrisa.

"Pero, ¿y si no les gusto a los demás?", respondió Lalo, un poco nervioso.

"¡No digas eso! Todos están ansiosos de conocerte. ¡Este año tenés que brillar!", insistió Sabio con su voz profunda.

Lalo sintió un ligero cosquilleo en su pancita, pero decidió seguir a sus amigos. Juntos colgaron guirnaldas de hojas y flores en los árboles. Mientras tanto, la tortuga Tula se encargó de preparar una deliciosa ensalada de frutas, que se convirtió en el plato estrella de la fiesta.

"¡Recuerden traer sus instrumentos para tocar música esta noche!", gritó Tula emocionada desde su mesa.

Durante la tarde, Lalo ayudó a organizar un juego de carreras. Al principio, estaba ansioso, pero al ver que todos los animales se divertían, su miedo comenzó a desvanecerse.

"¡A la cuenta de tres, listos, fuera!", gritó el zorro ágil, que sería el juez de las carreras.

Lalo se esforzó y corrió con todas sus fuerzas. Aunque no ganó, se divirtió mucho y se sintió parte de algo especial. En un momento de la carrera, hizo un nuevo amigo, el pequeño ratón Rufi, que siempre estaba lleno de energía.

"¡Sos muy rápido, Lalo! Tenés que entrenar más para que la próxima vez ganes", le dijo Rufi al final de la carrera.

Mientras caía el sol, todos comenzaron a reunirse alrededor de una gran mesa que Tula había preparado. Los animalitos llevaron su comida y comenzaron a compartir bonbons, galletitas y dulces.

"¡Esto es una maravilla!", exclamó el pajarito Bibi, mientras probaba las frutas.

"¡Sí, la comida está riquísima!", dijo la ardilla, bailando a su alrededor.

Y así comenzó la noche, llena de risas, música y alegría. Cada animalito mostró su talento: el ciervo Rolo tocó la flauta, la perdiz Pía danzó, y Lalo, aunque tímido, decidió mostrar su habilidad para saltar.

"¡Vamos Lalo, saltá!", lo animó Rufi desde la multitud.

"¡Yo no sé!", se quejó Lalo, sintiendo mariposas en su pancita.

"¡Solo hacelo! No importa si te caes, lo importante es divertirse", le dijo Sabio, guiñándole un ojo.

Respirando hondo, Lalo dio un fuerte salto y, para sorpresa de todos, logró caer de pie. La multitud estalló en aplausos. En ese momento, Lalo comprendió que ser uno mismo y atreverse a mostrarse ante los demás era una de las mejores formas de hacerse un lugar en el corazón de los amigos.

De repente, el cielo se cubrió de estrellas y todos comenzaron a observar con admiración. El búho Sabio propuso que contaran historias bajo las estrellas, y Lalo, emocionado, decidió que era el momento de contar cómo había llegado a ser parte de este gran día.

"Una vez fui un conejito muy tímido, que temía salir. Pero hoy entendí que la amistad es lo más hermoso. Gracias a todos ustedes, estoy aquí y me siento feliz. ¡No tengan miedo de ser ustedes mismos!", concluyó Lalo, llenando de sonrisas a todos los presentes.

La fiesta continuó hasta altas horas de la noche, con juegos, risas y bailes. Al final, todos se unieron para cantar una canción sobre la amistad y el valor de ser diferentes pero unidos, como los colores de un arcoíris.

"¡Vamos a ser siempre amigos!", gritó Rufi emocionado, mientras todos levantaban las patas, patas, alas y aletas.

Cuando la fiesta terminó, los animalitos se despidieron con abrazos calurosos y promesas de un nuevo encuentro al año siguiente. Lalo se fue a casa con un gran brillo en sus ojos, sabiendo que ya no era el mismo conejito tímido de antes.

Esa noche, mientras miraba las estrellas desde su madriguera, Lalo sonrió y susurró: "La próxima primavera será aún mejor".

Y así, en el bosque encantado, todos los animalitos aprendieron que la verdadera magia de la fiesta no era solo en el baile y la comida, sino en el amor y la amistad que compartían. Todos eran diferentes, pero juntos creaban un lugar donde cada uno podía sentirse especial y querido. Fin.

FIN.

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