La Gran Fiesta de los Colores



Había una vez en un pequeño pueblo de Argentina, un grupo de niños que eran muy distintos entre sí. Estaba Miguelito, un pequeño criollo que siempre llevaba con orgullo su sombrero de ala ancha. A su lado, jugaba Aylen, una mestiza de ojos brillantes que le encantaba contar historias de su abuela. El grupo lo completaban Nahuel, un niño indio que conocía todos los secretos de la selva, y Valentina, una niña de piel negra que iluminaba el día con su risa contagiosa.

Un día, mientras jugaban en la plaza, Aylen propuso algo emocionante. "¿Y si organizamos una gran fiesta de colores?"- dijo entusiasmada.

"¿Colores?"- preguntó Nahuel, curioso.

"Sí, una fiesta donde cada uno traiga algo que represente su cultura, su historia y sus raíces", añadió Miguelito.

Todos estuvieron de acuerdo y empezaron a planear el evento. A cada uno se le ocurrió hacer algo especial. Aylen pensó en hacer una guirnalda de flores y hojas. "Las flores son como la diversidad, cada una con su belleza",- explicó.

Nahuel decidió hacer una danza de la selva y llevar instrumentos que había aprendido a tocar con su familia. Miguelito, con su espíritu aventurero, quería contar leyendas de la historia criolla. Y Valentina, llenando el ambiente de risas, pensó en hacer una presentación de juegos tradicionales que habían aprendido de sus abuelos.

Los días pasaron y la emoción en el pueblo crecía. Pero faltando pocos días para la fiesta, una tormenta terrible azotó la localidad. Los vientos fueron tan fuertes que arruinaron toda la decoración que habían preparado. Los niños, desanimados, se reunieron en la casa de Aylen.

"No sé si vamos a poder hacer la fiesta ahora", -dijo Valentina, con un brillo de tristeza en sus ojos.

"Pero eso no puede detenernos, podemos volver a hacer todo desde cero!"-, se animó Miguelito.

Los niños se miraron unos a otros y decidieron que no dejarían que un aguacero les robara su alegría. Así que, invitaron a todos los habitantes del pueblo a ayudarles. Al siguiente día, todo el pueblo se reunió en la plaza.

"¡Vamos a hacer que nuestra fiesta de colores brille aún más!"-, propuso Nahuel, y todos aplaudieron.

Los adultos traían materiales, los adolescentes ayudaban a montar el escenario y los más pequeños recogían flores por todas partes. El pueblo se llenó de risas, colaboración y espíritu comunitario.

Cuando llegó el día de la fiesta, el sol brillaba como nunca. Miguelito comenzó a contar las leyendas, Aylen adornó con su guirnalda de flores, Nahuel mostró sus danzas y Valentina, entre juegos y risas, hacía que todos participaran en los desafíos.

La fiesta fue un verdadero éxito. El pueblo se llenó de colores, de risas, pero sobre todo, de un sentido de unidad.

Al final del día, todos se reunieron para compartir sus historias.

"Hoy aprendí que juntos somos más fuertes"-, dijo Aylen.

"Sí, nuestra diversidad es lo que nos hace especiales!"-, agregó Miguelito.

"No importa de dónde venimos, lo que importa es a dónde vamos juntos", añadió Valentina con una gran sonrisa.

"Y nunca hay que rendirse, siempre habrá un nuevo amanecer tras la tormenta!"-, concluyó Nahuel.

Así, cada uno se fue a casa con el corazón lleno, no solo de colores, sino de la certeza de que juntos podían enfrentar cualquier tormenta. Desde ese día en adelante, la fiesta de colores se convirtió en una tradición en el pueblo, celebrando siempre la diversidad y la unidad entre todos sus habitantes.

Y así, con un gran abrazo y sonrisas de felicidad, los niños sellaron una amistad que duraría toda la vida.

FIN.

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