La Gran Fiesta del Océano



Era un día brillante en el océano, y el tiburón Tito estaba disfrutando de una divertida charla con su amigo delfín Diego. Nadaban juntos entre corales coloridos, contando historias sobre sus aventuras.

-Tito, ¿te acordás de aquella vez que encontramos un tesoro escondido en una cueva? -rió Diego, agitando su cola.

-Sí, claro que sí, ¡fue increíble! -respondió Tito, mostrando su gran sonrisa de tiburón-. Pero el verdadero tesoro es la amistad, ¿no?

Mientras charlaban, un grupo de tiburones amigos de Tito se acercó nadando con mucha energía.

-Hola, Tito! Hola, Diego! -gritaron en coro, haciéndose notar con sus aletas.

-¡Hola, chicos! -contestó Tito, moviendo su cola entusiasmado-. ¿Qué están haciendo?

-Venimos a invitarte a una fiesta en el arrecife! -dijo uno de los tiburones, llamado Rocco-. Todos los pececitos también estarán allí.

-¿Una fiesta? ¡Suena genial! - respondió Diego, saltando de alegría. Pero Tito se quedó pensativo.

-No sé si es buena idea… Los pececitos suelen tener miedo de nosotros los tiburones. -dijo Tito, un poco triste.

-Tito, ¡tenés que venir! -exclamó Rocco-. ¡Podemos mostrarles que somos amigos y que solo queremos jugar!

-Es cierto, Tito -añadió Diego-. Todos pueden ser amigos en el océano, sin importar su tamaño o su especie. Pero necesitamos que vos estés con nosotros.

Finalmente, Tito asintió. -De acuerdo, iré, ¡pero solo si me ayudás a convencer a los pececitos de que soy inofensivo!

Los tiburones, junto a Diego, se pusieron en marcha hacia el arrecife. Cuando llegaron, vieron a una multitud de pececitos nadando nerviosos.

-¡Hola, pececitos! -saludó Rocco, sonriendo-. ¡Estamos organizando una fiesta y queremos que todos participen!

Los pececitos se miraron unos a otros con recelo. Uno de ellos, un pez payaso llamado Pipo, se adelantó y dijo:

-¿Pero por qué deberíamos confiar en ustedes? ¡Suelen asustarnos!

-Tito es diferente -intervino Diego-. Él es nuestro amigo y solo quiere compartir la alegría con ustedes.

-Es verdad, no quiero asustarlos -agregó Tito, con la voz más suave que pudo-. Solo quiero jugar y divertirnos juntos. ¿Pueden darme una oportunidad?

Al principio, algunos pececitos permanecieron escépticos. Pero luego, Pipo, que era valiente, decidió darle una oportunidad. -Está bien, Tito. Pero si alguien se siente incómodo, lo diremos, ¿sí?

-¡Trato hecho! -respondió Tito, sintiéndose aliviado. Así, los tiburones, el delfín y los pececitos comenzaron a jugar. Hicieron carreras, se escondieron entre las algas y hasta crearon un divertido juego llamado "Atrapar la burbuja".

A medida que pasaba el tiempo, los pececitos se dieron cuenta de que Tito no era el monstruo que siempre pensaron, sino un gran amigo que solo quería hacerlos reír y jugar. Por su parte, Tito se sintió feliz de ser aceptado y de poder compartir su amor por el océano con sus nuevos amigos.

Al caer la tarde, la fiesta fue un gran éxito. Todos bailaban al ritmo de las corrientes marinas y se lanzaban burbujas de alegría. Pero un giro inesperado ocurrió cuando un pulpo amigo, llamado Otus, se acercó diciendo:

-¡Chicos, chicos! ¡Un enorme pez espada se acerca! ¡Podría estar asustando a los pececitos! ¡Debemos hacer algo!

Tito miró a sus amigos y dijo:

-No podemos dejar que el miedo nos detenga. Todos juntos podemos ahuyentarlo. ¡Vamos!

-¿Pero cómo? ¡Es un pez muy grande! -exclamó Pipo, dudando.

-Tenemos que mostrarle que aquí nadie está solo y que todos somos una gran familia del océano -respondió Diego.

Los amigos formaron un círculo. Tito, Diego, Rocco, Pipo y los demás pececitos nadaron juntos hacia el pez espada.

Cuando llegaron, Tito se adelantó valiente. -¡Hola, amigo pez espada! -gritó-. No estamos aquí para pelear, solo queremos jugar y compartir la amistad. ¿Te gustaría unirte a nosotros?

El pez espada, sorprendido por la valentía de Tito, se detuvo. -Me gusta jugar, pero siempre pensé que los tiburones eran peligrosos.

-No somos peligrosos si no nos sentimos amenazados. Siempre es mejor divertirse -dijo Rocco, sonriendo.

Con la invitación de Tito, el pez espada comprendió que no había motivo para temer. Así, se unió a ellos, y todos celebraron juntos, convencidos de que la amistad y la diversión siempre son el mejor camino.

Ese día, Tito, Diego y todos los pececitos aprendieron que con apertura y valentía se pueden romper las barreras del miedo, y así, el océano se llenó de risas y armonía. Desde entonces, la fiesta del océano se convirtió en una tradición, donde todos, sin distinción, celebraban la alegría de ser amigos. Y así, Tito nunca volvió a sentirse solo, porque en el mar, el amor y la amistad siempre ganan.

FIN.

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