La Gran Granja de la Empatía
Era un hermoso día en la granja de Don Luis. Los niños del pueblo siempre venían a ayudarlo y a jugar con los animalitos. Hoy, sin embargo, algo diferente iba a suceder.
A la mañana, Santiago, una niño aventurero, y su amiga Valentina, una niña muy curiosa, llegaron al lugar. Pero al acercarse, notaron que los animales estaban un poco extraños. La vaca Lola estaba rumiando, pero no sonreía como de costumbre. El gallo Ramón no terminó de cantar su amanecer, y los patos parecían estar peleando entre ellos.
- ¿Qué les pasa a los animalitos? - preguntó Valentina, preocupada.
- No lo sé, pero vamos a averiguarlo - respondió Santiago, decidido.
Se acercaron a Lola, la vaca, que estaba sentada en un rincón.
- Hola, Lola. ¿Por qué estás tan triste? - le preguntó Valentina.
- Es que... - suspiró la vaca - hoy no pude comer mi pasto favorito porque unos patos pelearon y me asustaron.
- ¡Ay, qué pena! - exclamó Santiago. - Pero también creo que los patos están preocupados. Vamos a hablar con ellos.
Los niños fueron hasta donde estaban los patos y encontraron a Gonzalo y a Rita discutiendo.
- ¡Dejen de pelear! - gritó Valentina. - ¿Qué está pasando aquí?
- ¡Gonzalo siempre quiere bañarse en el estanque y no me deja! - chilló Rita.
- ¡Pero es mi lugar favorito! - respondió Gonzalo, ofendido.
Los niños se miraron y se dieron cuenta de que ambos patos estaban tan enfadados que no podían ver la situación desde el punto de vista del otro.
- Esperen, ¿no podrían compartir el estanque? - sugirió Santiago.
- ¿Cómo? - preguntaron los patos al unísono.
- Miren, ¿qué tal si uno nada en la mañana y el otro en la tarde? - propuso Valentina.
Los patos se quedaron pensativos.
- Bueno, eso podría funcionar - dijo Gonzalo, aliviado. - Vale, lo intentaré.
Mientras tanto, los niños se dieron cuenta de que Lola aún se veía triste.
- Volvamos a hablar con ella - propuso Santiago.
Cuando se acercaron a la vaca, la encontraron mirando al horizonte.
- Lola, ¿te gustaría juntarte con los patos y jugar al lado del estanque? - preguntó Valentina.
- No sé… me da un poco de vergüenza, ¿y si se ríen de mí? - contestó Lola con un tono inseguro.
- ¡Nunca se reirían de ti! - exclamó Santiago. - Ya hicimos que los patos se entendieran. ¿Por qué no intentas tú también?
Después de pensarlo un momento, Lola se levantó con un suspiro.
- Bueno, supongo que puedo intentarlo.
Los tres juntos guiaron a Lola hacia el estanque, donde Gonzalo y Rita estaban nadando felices. Al ver a la vaca, los patos se sorprendieron, pero rápidamente se acercaron.
- ¡Hola, Lola! - saludó Rita. - ¿Quieres unirte a nosotros?
- Claro, ¿por qué no? - respondió Lola, sonriendo por primera vez en el día.
Juntos, comenzaron a jugar en el agua, y pronto Lola se dio cuenta de que le gustaba la compañía de los patos. Saltaban y se chapoteaban de felicidad, olvidando el pequeño problema que habían tenido.
Al final del día, Santiago, Valentina, Gonzalo, Rita y Lola se sentaron juntos, disfrutando del atardecer. Todos estaban felices y se sentían más unidos.
- Esto de estar juntos y entender lo que sienten los demás es genial - dijo Santiago.
- Sí, eso se llama empatía - explicó Valentina.
- ¡Sí! - añadiendo Gonzalo. - Ahora sabemos que podemos manejar nuestros problemas si nos escuchamos.
Y así, en aquella granja, aprendieron que ser empático no solo hace que las cosas se resuelvan, sino que también fortalece la amistad entre todos los seres, ya sean humanos o animalitos. Y desde ese día, cada vez que algo pasaba, se sentaban juntos a hablar y a encontrar soluciones.
Y así fue como la Gran Granja de la Empatía se convirtió en un lugar donde todos vivían en armonía, compartiendo y cuidándose mutuamente. Aunque cada uno era diferente, se dieron cuenta de que todos tenían sentimientos y que era fundamental comprender y respetar los de los demás.
FIN.