La Gran Maullada de Bianca



Una mañana soleada en el barrio, mi querida gatita Bianca, a la que cariñosamente llamo "Panzona y vieja", decidió que era hora de hacer su entrada triunfal al mundo. Se acercó a la ventana y empezó a maullar como si su vida dependiera de eso.

- ¡Miau! ¡Miau! ¡Miau! - resonó su potente voz en toda la cuadra.

Desde la cama escuché a algunos vecinos asomarse a sus ventanas, algunos todavía con pijama. Me reí. Sabía que Bianca tenía una personalidad muy divertida, aunque a veces un poco autoritaria para su edad. Pero, en ese momento, ni me importó su estruendo. Ella seguía maullando.

- Bianca, ¿qué te pasa? - le pregunté, mientras me estiraba para ver mejor.

Bianca me miró con esos ojos grandes y redondos, que parecían desafiarme.

- ¡Miau! - respondió, como si me estuviera dejando claro que algo muy importante estaba sucediendo.

Me levanté y abrí la ventana. El aire fresco de la mañana me dio energía. Pero lo que vi afuera me dejó boquiabierto: todos los vecinos estaban ahí, unos con café en mano, otros aún rascándose los ojos.

- ¿Qué pasa, Bianca? - preguntó Doña Rosa, que siempre tenía palabras amables para mi gatita.

- ¿Por qué tanto alboroto?

Bianca miró a todos y maulló otra vez, esta vez más fuerte.

- ¡Miau! ¡Miau! - insistía, como si tuviera un mensaje vital.

- Por lo visto, nuestra gata tiene algo que decir - comentó el Sr. García, riéndose.

De repente, una idea brilló en mi mente.

- ¡Tal vez está tratando de hablarnos! ¡O incluso de enseñarnos algo!

Los vecinos comenzaron a especular.

- A mí me parece que quiere que salgamos a jugar - propuso un niño del barrio.

- No, no, yo creo que está organizando una reunión de gatos - dijo una ancianita, divertida.

Mientras tanto, Bianca se acomodó en la ventana, mirándonos a todos con una expresión de orgullo. ¡Era la reina del barrio por un día!

En ese momento, un pequeño perro que pasaba se detuvo, levantó las orejas y empezó a ladrar junto a los maullidos.

- ¡Esto se está volviendo una fiesta! - exclamó un vecino.

La realidad era que cada uno había interpretado a su manera lo que Bianca estaba tratando de transmitir. Y eso me hizo pensar: tal vez no siempre se necesitan palabras para comunicarse.

Con el tiempo, las personas comenzaron a reír y a disfrutar del momento. Uno trajo una pelota, otro una cuerda, y juntos empezaron a jugar. La calle se llenó de risas, y Bianca, desde la ventana, parecía disfrutar del espectáculo.

- ¡Vamos, Bianca! - le grité. - ¡Bajá a jugar! - Pero ella, como una auténtica diva, decidió mantenerse en su trono, disfrutando de la atención.

Al final del día, todos nos reunimos en la plaza del barrio, gracias a los llamativos maullidos de Bianca.

- Tal vez debería maullar más seguido - susurré a mis vecinos.

- ¡Miau! - dijo Bianca, como si supiera que había cumplido su misión de unir al barrio.

Así, aquella mañana, una simple queja de mi gata se convirtió en un evento que fomentó la amistad entre los vecinos. Aprendí que, a veces, la comunicación no verbal puede ser lo más poderoso. Ojalá todos pudiéramos ser un poco más como Bianca y hacer ruido cuando el mundo lo necesita.

FIN.

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