La Gran Pelota de la Amistad



Era un día soleado en el colegio y los chicos del quinto grado estaban entusiasmados esperando el recreo. "¡Hoy vamos a jugar a la pelota!" exclamó Tato, uno de los más animados del grupo. Todos asintieron con energía, listos para pasar un buen rato.

Una vez en el patio, cada uno eligió un lado del enorme campo de juego, y cuando la maestra dio la señal, la pelota empezó a rodar. Todos corrían, reían, y gritaban emocionados.

"¡Pasame la pelota!" - gritó Sofía mientras hacía un gran esfuerzo por alcanzar el balón.

"¡Acá va!" - dijo Leo, lanzándole la pelota, pero justo en ese momento, Juan la interceptó.

"¡Epa! Eso no fue justo, Leo" - se quejó Juan, enojado porque pensaba que Leo había jugado sucio.

"¿Y qué? ¡No te quejes!" - respondió Leo, cruzando los brazos.

Las risas comenzaron a apagarse y los amigos se miraron con desconfianza. La situación, que empezaba tan bien, se tornó tensa. Sin darse cuenta, las palabras se volvieron más fuertes y los empujones comenzaron a volar entre ellos.

"¡Dejá de empujarme, Juan!" - gritó Sofía, tratando de alejarse de la pelea.

"¿Y vos qué? ¡Siempre te creés la mejor!" - respondió Juan, rojo de la bronca.

Tato, el más tranquilo del grupo, decidió intervenir.

"¡Chicos! Esto no está bien. No podemos pelear por una pelota. La amistad es más importante, ¿no creen?"

Un susurro de acuerdo se oyó entre los amigos. Mina, que había estado observando, también se unió.

"Cierto. No hace falta pelear. La pasamos bien juntos, así que ¿por qué dejar que un juego nos divida?"

Poco a poco, los chicos empezaron a calmarse. Reflexionaron sobre lo sucedido y finalmente, uno a uno, comenzaron a pedir disculpas.

"Lo siento, Juan. No quise ofenderte. Fue solo un juego" - dijo Leo, sinceramente.

"Y yo siento haberme enojado tanto. A veces me dejo llevar" - respondió Juan, estirando la mano hacia Leo.

"¿Y yo? También quiero disculparme. Solo quería jugar, no pelear" - agregó Sofía.

Todos asintieron y comenzaron a abrazarse. La rabia se esfumó y las sonrisas regresaron a sus rostros.

"Ok, hagamos un trato. Juguemos todos juntos y, si alguien se enoja, hablamos en lugar de pelear" - sugirió Tato.

"¡Genial idea!" - exclamó Mina emocionada.

Y así, los chicos formaron dos equipos, cada uno designando posiciones. Jugaron felices, recordando que lo más divertido era estar juntos, independientemente de quién ganara o perdiera.

La tarde se llenó de risas y gritos de alegría. Se prometieron que nunca más dejarían que una simple pelota arruinara su amistad. Al final del recreo, todos se sentaron en el césped, exhaustos pero felices.

"¿Y si hacemos esto todos los días?" - sugirió Juan. "¡Sí!" - gritaron todos al unísono.

A partir de ese día, la Gran Pelota de la Amistad se convirtió en parte de su rutina, un recordatorio de que siempre podían resolver sus problemas hablando y apoyándose unos a otros.

Y así, los amigos aprendieron una valiosa lección sobre la importancia de la comunicación y el respeto, haciendo de cada partido una aventura divertida y llena de buenas intenciones.

FIN.

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