La Habitación de Golosinas de Aledo



Era un día soleado en el viejo castillo de Aledo, y Aarón, un niño curioso y muy aventurero, decidió explorar cada rincón del lugar. Con su linterna en mano y un pequeño mapa que había encontrado en un armario polvoriento, se adentró en un pasillo oscuro.

"Creo que por aquí hay algo interesante," murmuró Aarón mientras se deslizaba entre las sombras. Al llegar a una puerta antigua, notó que estaba entreabierta. Con un empujón suave, la puerta chirrió y se abrió completamente, revelando una habitación increíble.

"¡Guau!" exclamó Aarón, sus ojos brillando como estrellas. La habitación estaba hecha completamente de golosinas: las paredes eran de chocolate, el suelo de caramelo y el techo parecía una nube de algodón de azúcar. Había mesas de galletas decoradas con crema, y en un rincón, un río de soda burbujeante corría serpenteando.

"¡Es un sueño!" gritó Aarón, mientras se lanzaba a explorar la deliciosa habitación. Pero, de repente, escuchó una voz suave.

"¡Alto ahí!" dijo la voz. Aarón se detuvo y vio a un pequeño duende salido de un pastel de frutas que lo miraba con ojos curiosos.

"¿Quién sos?" preguntó Aarón con asombro.

"Soy Dulcito, el guardián de esta habitación de golosinas. Solo pueden entrar aquellos que prometan no abusar de todo lo que hay aquí," explicó el duende, cruzándolos brazos.

"Te lo prometo, Dulcito. Solo quería explorar y ver todo lo rico que hay," respondió Aarón, mirando las golosinas con deseo, pero también con respeto.

"Está bien," dijo Dulcito tras pensarlo un momento. "Pero, recuerda, no todo lo que brilla es oro y no todo lo dulce es bueno en exceso. Hay que disfrutar con moderación.

"Claro, lo entiendo. Voy a ser cuidadoso," aseguraba Aarón.

Aarón comenzó a probar pequeñas porciones de las golosinas, del chocolate en la pared, de la galleta en la mesa, y cada degustación era una nueva aventura de sabores. Sin embargo, mientras degustaba, notó que algo misterioso ocurría.

"Dulcito, ¿qué sucede si como demasiado?" preguntó, con la boca llena de caramelos.

"Si lo haces, podrás disfrutar de un momento de felicidad, pero no durará. Te sentirás cansado y te perderás la verdadera alegría de compartir y jugar. Recuerda, la verdadera felicidad no solo está en lo dulce, sino también en las cosas sencillas de la vida,” aconsejó Dulcito.

Aarón reflexionó mientras saboreaba una golosina de fresa. "Tenés razón, Dulcito. No quiero perderme de todo lo divertido que hay afuera. ¿Puedo invitar a mis amigos a jugar aquí?"

El duende sonrió, alegre por la propuesta de Aarón. "¡Eso es lo mejor que podés hacer! Invitar a tus amigos para compartir la experiencia hará que esta habitación se llene de risas y felicidad. Pero recuerda siempre la lección sobre la moderación."

Decidido, Aarón salió corriendo del castillo y fue al encuentro de sus amigos: Luna y Mateo.

"¡Chicos, vengan a ver algo increíble!" gritó al encontrarlos en el parque cercano.

Los amigos lo siguieron emocionados y, tras varias explicaciones, aceptaron la invitación. Pronto el trío llegó a la maravillosa habitación de golosinas.

"¡Es asombroso!" gritó Mateo, mientras acercaba su mano a la pared de chocolate.

"¡Miren esto!" dijo Luna, señalando el río de soda. Todos comenzaron a explorar, emocionados, pero Aarón les recordó el consejo de Dulcito.

"Chicos, recuerden, disfrutemos juntos, pero con moderación. No quiero que se sientan mal después," dijo Aarón.

Cada uno eligió una golosina para probar y, en vez de comer en exceso, decidieron compartir sus elecciones. Se rieron, jugaron e intercambiaron dulces. La habitación se llenó de muchas risas y una gran alegría.

Después de un tiempo, Dulcito apareció y vio la felicidad en los rostros de los niños. "Estoy orgulloso de ustedes. La camaradería y el respeto por lo que tienen son más valiosos que cualquier golosina, así que pueden venir siempre que deseen mientras sigan compartiendo y disfrutando juntos."

Aarón y sus amigos sonrieron y prometieron visitar a Dulcito siempre que pudieran, recordando la lección de la moderación y la alegría de compartir.

Cuando finalmente se despidieron del castillo de Aledo, Aarón se sintió más feliz que nunca. Había aprendido que las mejores aventuras no siempre son las más dulces, sino aquellas que se disfrutan en compañía de amigos fieles.

Y así, Aarón, Luna y Mateo se convirtieron en los mejores exploradores del viejo castillo, siempre buscando nuevas aventuras que enseñarles a otros, recordando que la verdadera felicidad se encuentra cuando compartimos y disfrutamos juntos.

FIN.

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