La hija imaginaria



Había una vez en un pequeño pueblo llamado Villa Esperanza, vivía una mujer llamada Marta. Marta era una madre amorosa y dedicada que había perdido a su hija en un mercado abarrotado hace muchos años.

Desde ese día, Marta buscaba incansablemente a su pequeña por cada rincón del pueblo, preguntando a todos si la habían visto.

Un día, mientras caminaba por el parque central con su foto de la niña en mano, Marta se detuvo frente a un espejo colocado estratégicamente en un árbol. Al mirarse fijamente, notó algo extraño en su reflejo. Su rostro parecía distorsionarse levemente y escuchó una voz susurrándole al oído: "Tu hija no existe".

Marta se sobresaltó y miró a su alrededor, pero no había nadie más allí. Confundida y preocupada, decidió regresar a su hogar y reflexionar sobre lo ocurrido.

Al llegar a casa, Marta se sentó en su sillón favorito y comenzó a recordar momentos de su vida con su supuesta hija. Recordaba haberle preparado el desayuno todas las mañanas, leerle cuentos antes de dormir y jugar juntas en el parque. Sin embargo, mientras más pensaba en ello, más confusa se sentía.

Decidió entonces visitar al doctor González, el médico del pueblo que siempre la había tratado con amabilidad.

Al explicarle lo que le había ocurrido en el parque, el doctor González le pidió que se sometiera a unas evaluaciones para descartar cualquier problema de salud. Después de varias sesiones con el doctor González, llegó el momento crucial. El doctor la miró seriamente y le dijo: "Marta, has estado viviendo bajo una ilusión todo este tiempo. No tienes una hija".

Las palabras resonaron en los oídos de Marta como un trueno. Aturdida por la revelación, Marta sintió que todo lo que creía real se desvanecía ante sus ojos.

Sin embargo, poco a poco comenzó a aceptar la verdad y comprender que aquella niña nunca existió más allá de su mente. Con ayuda del doctor González y apoyo emocional de sus amigos del pueblo, Marta empezó un proceso de sanación interior.

Aprendió a distinguir entre la realidad y las ilusiones creadas por su mente. Descubrió también que podía canalizar todo ese amor maternal hacia otros niños del pueblo que necesitaban cariño y cuidados.

Así fue como Marta encontró paz consigo misma e inspiró a los habitantes de Villa Esperanza con su valentía para enfrentar sus propios miedos e ilusiones.

Y aunque ya no buscara más a esa hija imaginaria perdida en un mercado abarrotado hace años; ahora sabía que tenía mucho amor para darles a aquellos niños reales que llenaban su corazón día tras día.

FIN.

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