La historia de la conejita inquieta


Había una vez en el bosque Jugarín, una conejita muy especial llamada Lola. Desde que era pequeña, Lola siempre había sido la más inquieta y curiosa de todas las criaturas del bosque.

Mientras todas las demás criaturas disfrutaban de la tranquilidad y la serenidad del bosque, Lola no podía quedarse quieta ni un solo minuto. Siempre saltaba de un lado a otro, preguntando mil cosas y metiéndose en cada rincón que encontraba.

-“Lola, por favor, siéntate un ratito y escucha el canto de los pajaritos”, le decía su mamá preocupada por su inquietud. -“No, mamá, ¡tengo tantas cosas que hacer y descubrir! ”, contestaba Lola mientras daba saltitos alrededor de su mamá.

Un día, la sabia tortuga Doña Tita le propuso a Lola un desafío: encontrar el Árbol de la Calma, un lugar mágico donde la inquietud se convertía en paz y quietud.

Emocionada por la búsqueda de algo tan misterioso, Lola aceptó el reto y se lanzó en una aventura por el bosque junto a sus amigos, el zorrito Renato y la ardillita Zuzu. En el camino, Lola encontró obstáculos que la hicieron sentir confundida y frustrada, pero sin rendirse siguió adelante.

Finalmente, llegaron al Árbol de la Calma, un hermoso árbol rodeado de flores y una luz cálida que lo envolvía. Al acercarse, Lola sintió una paz inmensa invadir su ser, su inquietud se desvaneció y experimentó una sensación de calma que nunca antes había sentido.

Comprendió que a veces, es importante tomarse un tiempo para respirar, escuchar y simplemente estar en el momento.

De regreso al bosque, Lola compartió su experiencia con los habitantes del lugar, enseñándoles la importancia de encontrar momentos de calma en medio de la inquietud. Desde entonces, Lola seguía siendo curiosa y enérgica, pero aprendió a combinar su espíritu inquieto con momentos de calma y serenidad. Y así, todos vivieron felices en el bosque Jugarín. .

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