La Historia de María y Juan



Había una vez en un pequeño pueblo, dos niños llamados María y Juan. Ambos vivían en casas cercanas, pero sus vidas eran muy diferentes. Mientras que la casa de Juan siempre estaba llena de risas y amor, la de María estaba marcada por la tristeza y el maltrato. Sin embargo, lo que nadie sabía era que en su interior, María tenía un corazón fuerte y lleno de sueños.

Un día, mientras María estaba en el parque, Juan la vio sola. Se acercó y le dijo:

"Hola, ¿quieres jugar?"

María dudó por un momento, pero el brillo en los ojos de Juan era contagioso.

"Está bien... ¿qué juego jugamos?"

"Vamos a inventar un cuento. Yo empiezo y vos seguís".

Así fue como comenzaron a compartir historias y risas. Cada tarde después de la escuela, se reunían en el parque y se olvidaban de sus problemas. Sin embargo, Juan notaba que María siempre se iba rápido, antes de que la noche cayera. Un día decidió preguntarle:

"María, ¿por qué te vas tan temprano?"

María miró hacia el suelo y suspiró:

"Es que en casa... no quiero estar. No siempre es un lugar agradable".

"¿Por qué no venís a mi casa? Ahí siempre estamos felices".

"No puedo, Juan... no todo el mundo entiende lo que pasa".

A pesar de la tristeza que sentía María, Juan no estaba dispuesto a dejarla sola. Un día, decidió que tenía que ayudarla. Juan le propuso:

"Vamos a hacer un club, así podemos pasarlo bien todos los días y hacer que la tristeza se aleje".

María sonrió por primera vez en mucho tiempo.

"¡Buena idea! ¿Cómo lo hacemos?"

"Nosotros y otros amigos del barrio, haremos actividades y juegos. ¡Así todos se sentirán bien!".

María estaba emocionada. Juntos, comenzaron a invitar a otros niños del barrio. Jugaron, contaron cuentos y también compartieron sus sentimientos. Un día, mientras jugaban con pintadas de colores en la plaza, Juan dijo:

"María, ¿y si hacemos algo grande? Podríamos contarle a los adultos de las cosas que nos afectan, como el maltrato".

María se puso nerviosa al escuchar eso. No quería volver a recordar lo que sucedía en casa.

"No sé, Juan. Puede que no les guste lo que digamos".

"Pero si no lo decimos, nadie sabrá lo que necesitamos. Juntos somos más fuertes".

Esa noche, María decidió reunir coraje. Habló con Juan y los otros amigos del club sobre realizar un encuentro en la plaza, donde podrían hablar sobre lo que les preocupaba. Todos aceptaron la idea, emocionados por poder contar sus historias.

Llegó el gran día. Había globos, juegos y muchas sonrisas. María subió a un pequeño escenario y, aunque su voz temblaba, dijo:

"Hoy queremos hablar sobre la amistad y cosas que no están bien. Todos merecemos ser escuchados".

Los adultos comenzaron a prestar atención. Algunos se sorprendieron al escuchar las historias de los niños, en especial la de María.

"No está bien que en casa nadie me escuche. También quiero reír y jugar, como todos ustedes".

Al escuchar sobre el sufrimiento de María, los adultos se conmovieron. Juan se puso de pie y apoyó su mano en el hombro de María:

"¡Todos merecemos ser felices!".

El encuentro resultó ser un gran éxito. Gracias a la valentía de María y Juan, muchos adultos se unieron para ofrecer ayuda y crear espacios donde los niños pudieran hablar sobre sus preocupaciones.

Desde ese día, la vida de María empezó a cambiar. Aunque no todo se solucionó de inmediato, ella se sintió más fuerte. Y cada tarde, después de la escuela, volvía al parque con Juan y los demás, sintiéndose cada vez más feliz y segura.

María aprendió que la amistad era un poderoso antídoto contra la tristeza y que, a veces, ser valiente significaba hablar de lo que afecta. Junto a Juan, descubrió que siempre hay espacio para la alegría y el amor, incluso en las circunstancias más difíciles.

Y así, la plaza se transformó en su lugar favorito, donde cada niño se sentía valorado y especial, formando un lazo que nunca podría romperse, siempre recordando que juntos eran más fuertes que cualquier adversidad.

FIN.

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