La historia de Tania



- Tania, mi amor, ¿por qué estás tan triste? -preguntó su amiga la abeja Maya, posándose suavemente en su hombro.

- No tengo a nadie que me cuide como hacen las mamás con sus hijos. La cigüeña me trajo, pero nunca encontré una mamá que me quisiera de verdad -respondió Tania con una vocecita entrecortada.

- No te preocupes, Tania. La vida nos tiene preparadas sorpresas inesperadas, solo hay que tener paciencia y fe -dijo Maya con una dulce sonrisa.

Esa misma noche, mientras Tania dormía, una hermosa mariposa llamada Margarita entró volando por la ventana. Con delicadeza, se posó en la cabecita de Tania y le susurró al oído:

- Tania, querida, no estás sola. Muy pronto encontrarás la felicidad que mereces. Confía en el amor que te rodea.

Tania, sin despertar, sonrió en sueños, como si el mensaje de Margarita hubiera llenado su corazón de esperanza.

Al día siguiente, Tania decidió salir a explorar la aldea. Mientras caminaba entre las casas, vio a una mujer anciana que regaba las flores de su jardín. La mujer se llamaba Doña Rosa, y al ver a Tania, su rostro se iluminó con una cálida sonrisa.

- ¡Pero qué hermosa eres, pequeña! ¿Estás perdida? -preguntó Doña Rosa con amabilidad.

- No, señora. Estoy buscando una mamá que me quiera de verdad -respondió Tania, con un dejo de tristeza en su voz.

Doña Rosa se acercó a Tania y la abrazó con ternura.

- Yo puedo ser esa mamá para ti, Tania. Encontré en ti un regalo del cielo que esperaba desde hace mucho tiempo. Ven conmigo, te voy a cuidar y amar como si fueras mi propia hija.

Tania no podía contener la emoción y la felicidad. Finalmente, encontró el amor y calor de una verdadera mamá.

Con el paso del tiempo, Tania creció rodeada del amor y cuidado de Doña Rosa. Aprendió a ser valiente, amable y comprensiva. Cada día, se esforzaba por hacer feliz a su mamá, ayudándola en las tareas del hogar y compartiendo momentos de alegría juntas.

Un día, mientras paseaban por el bosque cercano, Tania y Doña Rosa escucharon un suave llanto proveniente de entre los arbustos. Al acercarse, descubrieron a un cachorro de zorro herido.

- Pobrecito, está tan asustado y solo -dijo Tania con preocupación.

- Vamos a llevarlo a casa, querida. Podremos curarlo y cuidarlo hasta que esté fuerte y sano -respondió Doña Rosa con una sonrisa compasiva.

El cachorro, al que llamaron Mateo, se recuperó gracias a los cuidados de Tania y Doña Rosa. Desde entonces, se convirtió en el fiel compañero de la familia, llenando cada día de alegría y travesuras.

Con el tiempo, la aldea entera conoció la historia de Tania, Doña Rosa y Mateo. La bondad y el amor que compartían inspiraron a todos a ser más compasivos y generosos.

Tania, con su corazón lleno de gratitud, comprendió que el verdadero amor no siempre viene de la familia de sangre, sino de aquellos que nos brindan su cariño incondicional. Y así, la pequeña aldea de la estepa se transformó en un lugar donde el amor y la bondad se multiplicaban día a día.

FIN.

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