La Historia de un Pequeño Futbolista
Érase una vez en Rosario, Argentina, un pequeño niño llamado Lionel Messi. Desde que tenía apenas un año, Leo jugaba con una pelota de fútbol más grande que él. Sus ojos brillaban cada vez que hacía un gol y soñaba con ser un gran jugador. Un día, mientras jugaba con sus amigos en el parque, un grupo de chicos mayores se acercó.
"¡Eh, pibe! ¿Querés jugar con nosotros?", le gritaron.
Leo, emocionado, contestó:
"¡Sí, claro!"
Pero pronto, la alegría se convirtió en tristeza cuando los chicos mayores empezaron a jugar muy rudo. Leo intentó hacer un pase, pero le quitaron la pelota fácilmente.
"Ehh, no lo puedes hacer, sos muy chico para jugar con nosotros", se reía uno de ellos.
Leo se sintió desanimado. Se sentó en un banco cercano y empezó a mirar al suelo hasta que escuchó una voz amistosa.
"¿Por qué estás tan triste?", le preguntó una niña llamada Sofía, que siempre llevaba un balón de fútbol en su mochila.
"Porque no creen que pueda jugar bien. Dicen que soy muy chico".
Sofía sonrió y le dijo:
"¡Pero eso no importa! Lo que importa es que te diviertas y que sigas practicando".
Leo pensó: 'Tal vez ella tenga razón'. Entonces decidió pedirle a Sofía que lo ayudara a practicar. A lo largo de los días, se encontraban en el parque después de la escuela, donde Sofía le enseñaba a mejorar sus habilidades. Con cada pase y cada tiro, Leo se sentía más seguro.
Un día, mientras practicaban, un hombre mayor que caminaba por el parque los detuvo. Era un antiguo jugador de fútbol profesional.
"¿Por qué no entran a la liga infantil del barrio?", les preguntó.
"No sé si soy lo suficientemente bueno...", dudó Leo.
El hombre respondió con seriedad:
"Yo también tuve que empezar desde abajo. La clave está en nunca rendirse".
Con esas alentadoras palabras, Leo y Sofía decidieron inscribirse en la liga. Cuando llegó el primer partido, Leo estaba nervioso. Miró a su alrededor y vio a muchos niños grandes y fuertes.
"Tranquilo, Leo. Solo juega como siempre lo haces con la pelota", le susurró Sofía.
El partido comenzó y, aunque Leo fue un poco tímido al principio, rápidamente se dio cuenta de que tenía que dar lo mejor de sí.
Cuando la pelota llegó a sus pies, recordando las lecciones de Sofía, dribló, se movió y se valió de sus habilidades en lugar de su tamaño. ¡Y para su sorpresa! Hizo un gol.
La multitud estalló en vítores.
"¡Viva Leo!", gritaban los padres desde las gradas.
Leo nunca había recibido tanto apoyo y se sintió más confiado. Pasaron los partidos y, aunque a veces perdían, siempre se esforzaban al máximo y apoyaban a sus compañeros de equipo.
Pero hubo un momento tenso cuando se acercaba la final del campeonato. El equipo rival era muy fuerte, y los chicos de la escuela rival se burlaban de Leo.
"¿Qué vas a hacer, enano?", le gritó uno de ellos. Leo se sintió pequeño otra vez.
Sofía, viendo la incertidumbre en su rostro, le dijo:
"Recuerda, Leo, no necesitas ser el más grande para ser el mejor. Con esfuerzo y dedicación, puedes lograr lo que te propongas".
Inspirado por sus palabras, Leo se comprometió a dar lo mejor de sí en el partido final. En ese juego apretado, cada gol contaba, y Leo se destacó en el campo, mostrando su gran juego.
Finalmente, en un último esfuerzo, Leo recibió un pase perfecto y, como si volara, corrió hacia la portería. Con un potente tiro, ¡golazo! La multitud estalló en ruido y alegría.
Al final del partido, su equipo ganó el campeonato.
"¡Lo hicimos!", celebró Sofía.
"¡Sí, lo hicimos!", respondió Leo, sonriendo de oreja a oreja.
Aprendió que no importaba su tamaño, sino su coraje, esfuerzo y amistad. Desde ese día, Leo nunca dejó de soñar a lo grande, y siempre recordaría que con perseverancia y ayuda de amigos, cualquier sueño se podía hacer realidad.
Y así, celebrando su victoria, Leo entendió que lo más importante no era solo ser el mejor, sino disfrutar del juego y compartir esos momentos con quienes amaba.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.