La historia de Victoria, la dinosauria bailarina
En un lugar perdido en el tiempo, en la exuberante jungla de un mundo prehistórico, vivía una dinosauria diferente a todas las demás. Su nombre era Victoria, y desde que era una pequeñita, había descubierto su pasión por la danza. Mientras los demás dinosaurios corrían, rugían y buscaban su cena, ella soñaba en grande y bailaba entre las hojas, el viento y los colores del atardecer.
Un día, mientras Victoria practicaba sus piruetas cerca de un arroyo, un grupo de dinosaurios se acercó, intrigados por sus movimientos.
"¡Qué raro verte bailar, Victoria!", dijo Tino, el triceratops.
"Sí, los dinosaurios no bailan, ¡corren!", murmuró Lía, la brontosaurio.
Victoria sintió una punzada en su corazón.
"Pero... bailar me hace feliz", respondió tímidamente.
A pesar de las risitas y miradas desconcertadas que recibió, Victoria se llenó de valentía y continuó practicando con dedicación. Cada día se esforzaba más en sus giros y movimientos, e incluso comenzó a crear su propio estilo, en el que incorporaba las flores y hojas que encontraba en la selva.
Un día, mientras ensayaba para un evento especial que todas las criaturas del bosque esperaban, se enteró de que se celebraría el primer Festival de la Armonía, donde todos los animales del bosque presentarían sus habilidades.
"¡Voy a bailar en el festival!", pensó Victoria emocionada.
Desafortunadamente, sus amigos no estaban tan entusiasmados.
"¿Bailar? ¿Con un grupo de fieros dinosaurios?", exclamó Tino.
"Tenés que ser fuerte y mostrar lo que realmente podés hacer", le aconsejó su amiga Lía.
Victoria sintió un nuevo impulso para demostrar que podía hacer algo extraordinario. Durante semanas, ensayó con esfuerzo, creando una coreografía que combinaba elegancia con el ritmo de la jungla. Sin embargo, a medida que se acercaba el día del festival, las dudas comenzaron a invadirla.
Una tarde, mientras descansaba, se encontró con un anciano estegosaurio llamado Don Rafael. Observando a Victoria con sus ojos sabios, se acercó a ella.
"¿Por qué te ves tan preocupada, pequeña bailarina?", preguntó.
"Creo que no soy lo suficientemente buena. Mis amigos dicen que bailar no es para un dinosaurio como yo...", respondió Victoria, mirando hacia el suelo.
"Escuchame, niña. No importa lo que digan los demás, lo importante es que bailes para vos misma. La danza es una forma de expresarte, de contar tus historias. Si vos sentís que tenés algo para mostrar, hacelo con todo tu corazón, y eso es lo que importará", le dijo Don Rafael con una cálida sonrisa.
Inspirada por sus palabras, Victoria decidió seguir adelante. El día del Festival de la Armonía llegó, y la selva estaba llena de coloridos dinosaurios que mostraban sus habilidades. El rugido de los terosaurus resonaba en el aire mientras los velociraptores realizaban acrobacias sorprendentes. En medio de toda esa emoción, Victoria se sintió pequeña y vulnerable.
"¿Y si me río?", pensó.
Pero al ver a su amiga Lía sonriendo y dando ánimos, se llenó de valor.
Cuando llegó su turno, Victoria respiró profundamente y salió al centro del escenario. La selva se quedó en silencio mientras se preparaba. La música comenzó a sonar, y, al ritmo de los tambores y los trinos de los pájaros, Victoria desbordó alegría. Cada salto, cada giro, cada movimiento reflejaba su amor por la danza. La jungla cobró vida a su alrededor.
Al finalizar su actuación, se quedó sin aliento, pero con una inmensa sonrisa. La selva estalló en aplausos.
"¡Eso fue increíble, Victoria!", gritaron todos, incluidos Tino y Lía.
En ese momento, Victoria comprendió que sus diferencias eran lo que la hacían especial. Desde ese día, no solo se convirtió en la bailarina de la jungla, sino que también inspiró a otros dinosaurios a explorar sus propias pasiones.
Y así, Victoria no solo bailó, sino que también les enseñó a todos que cada ser, sin importar su forma o tamaño, puede encontrar su voz en el mundo y expresar sus sueños de la manera en que más lo ama.
La selva, ahora llena de risas, música y danza, se convirtió en un lugar donde cada dinosaurio podía ser él mismo, y todo gracias a la valiente Victoria, la dinosauria bailarina.
FIN.