La hormiga dormilona que tenía mucha hambre
En un fresco y brillante día de primavera, en una pequeña colina rodeada de flores hermosas, vivía una hormiga llamada Ana. Ana no era como las demás hormigas trabajadoras de su colonia, ya que se aturdía en un sueño profundo incluso cuando el sol brillaba intensamente. Lo que más le gustaba a Ana era dormir, pero también tenía un gran problema: ¡siempre tenía mucha hambre!
Una mañana, mientras soñaba con un delicioso festín lleno de dulces migajas y suculentas frutas, su mejor amiga, la hormiga Valentina, la despertó con un suave toque en el hombro.
"¡Ana! ¡Ana! Ya es hora de salir a recolectar comida para el invierno!"
"¿Comida? Pero todavía tengo sueño..."
"No podemos esperar, o no tendremos nada que comer. ¡Vamos!"
Ana se estiró, bostezó y, aunque no quería levantarse, decidió acompañar a Valentina. Sin embargo, en lugar de ayudar a buscar comida, Ana se volvió a quedar dormida en una hoja, bajo el cálido rayo del sol.
Valentina suspiró y siguió buscando sola. Mientras tanto, Ana soñaba con un gran banquete, pero al despertar, se encontró con el estómago vacío. Entonces, un brillo en la tierra llamó su atención. Era un pequeño trozo de pan que alguien había dejado caer.
"¡Oh, por fin algo para comer!"
Ana corrió hacia el pan, pero justo cuando estaba a punto de llevárselo, un grupo de hormigas se acercó. Eran los hormigueros de la Colonia Vecina, con hambre también y ocupados en su tarea de recolectar.
"¡Ese pan es nuestro!" dijo una de las hormigas.
"¡Yo lo vi primero!" exclamó Ana.
Una disputa comenzó entre las hormigas. Ana solo quería el pan para ella, pero cuando vio a tantas hormigas hambrientas, algo cambió en su corazón.
"Chicas, ¿no podemos compartir?"
Las hormigas se miraron sorprendidas.
"¿Compartir? ¿Conozco de algo así?"
Ana pensó en la enorme cantidad de comida que había dejado de recolectar por no querer dejar de dormir.
"Si compartimos, cada una tendrá algo para comer y podremos seguir buscándolo. ¿Qué dicen?"
"Está bien, lo intentaremos", dijo una de las hormigas de la Colonia Vecina.
Así, Ana y las hormigas comenzaron a dividir el pan. Cuando el trozo estuvo repartido, cada una tomó un bocado y sintieron una satisfacción muy grande.
"¡Esto es delicioso!" exclamó Ana, sorprendentemente contenta de haber compartido.
"¡Muchas gracias, Ana! Never before we hoard like that!" dijeron las hormigas de la Colonia Vecina.
A partir de ese día, Ana decidió levantar su vuelo para buscar más alimentos con Valentina en lugar de dormir. A medida que recolectaban, aprendieron a compartir también con otros insectos que encontraban en su camino.
"¿Ves, Ana? ¡No es tan difícil hacer amigos y ayudarnos!"
Ana sonrió y respondió:
"¡Empiesso a entender! Y también me doy cuenta de que siempre me siento mejor cuando ayudo a los demás."
Con el tiempo, Ana se convirtió en una hormiga extraordinaria: siempre estaba lista para ayudar y compartir. La historia de la hormiga dormilona que solía estar hambrienta se transformó en una leyenda en la colina, inspirando a muchas hormigas a trabajar unidas y compartir lo que tenían, encontrando alegría en la generosidad.
Y así, Ana, la hormiga dormilona, aprendió que la verdadera felicidad no estaba en dormir demasiado, sino en vivir las aventuras y ayudar a otros.
FIN.