La hormiguita feliz y la hormiguita triste



En un hermoso bosque, había dos hormiguitas vecinas, una vivía en la montaña de azúcar y la otra en la montaña de sal. La hormiguita azucarada se llamaba Dulcinea, y era muy feliz.

Todos los días se despertaba con una sonrisa y disfrutaba de la dulzura y suavidad de su hogar. Por otro lado, la hormiguita salada, llamada Salomé, vivía en una montaña dura y amarga, lo que le hacía muy infeliz.

Un día, mientras Dulcinea estaba disfrutando de un delicioso atardecer en su montaña, se dio cuenta de que Salomé estaba llorando. -Qué te sucede, Salomé? -preguntó Dulcinea preocupada. -Mi vida es tan amarga como esta montaña de sal -respondió Salomé entre sollozos. Dulcinea decidió ayudar a su vecina.

Con mucho esfuerzo, logró llevar un poco de azúcar a la montaña de sal, y juntas construyeron una pequeña montaña de azúcar en medio de la montaña de sal. Poco a poco, Salomé empezó a sonreír.

-No puedo creerlo, ¡esto es delicioso! -exclamó Salomé. La tristeza empezó a desvanecerse de su corazón. Con el tiempo, Salomé aprendió a apreciar las pequeñas cosas dulces de la vida, y Dulcinea descubrió el valor de la amistad y la empatía.

Juntas, construyeron puentes entre sus dos mundos, y cada una encontró la felicidad a su manera.

La moraleja de esta historia es que, a veces, un poquito de dulzura puede cambiar el sabor de la vida, y que la amistad y la comprensión pueden superar cualquier obstáculo.

FIN.

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