La Huerta de la Felicidad



Había una vez, en un tranquilo pueblito argentino, una huerta mágica donde todos los habitantes podían cultivar no solo verduras, sino también alegría y amistad. La huerta estaba ubicada en el centro del pueblo, rodeada por un hermoso sendero lleno de flores de mil colores.

Cada mañana, Juanito, un niño curioso y amigable, iba a la huerta con su perrito, Pipo. Su abuelo, Don José, era el encargado de cuidar la huerta y siempre tenía una sonrisa en el rostro.

"¡Buenos días, Juanito! ¿Listo para ayudarme hoy?" - dijo Don José mientras regaba las plantas.

"¡Sí, abuelo! ¿Qué vamos a plantar hoy?" - preguntó Juanito emocionado.

Don José le explicó que en la huerta podían plantar cualquier cosa que desearan, siempre y cuando hicieran un trato con las plantitas. La regla era simple: tenían que llenar la huerta de risas y buenos momentos.

Un día, Juanito decidió invitar a sus amigos: Lila, la artista, y Tomás, el más aventurero del grupo. Juntos, fueron a la huerta con una gran idea.

"¡Vamos a plantar flores de la amistad!" - propuso Lila, dibujando en el aire con su pincel de colores.

"Y también tomates de la alegría, así podemos hacer una rica salsa para la fiesta que queremos organizar!" - añadió Tomás, dando saltitos por la emoción.

Don José los miró con orgullo y les dio una pequeña bolsa de semillas mágicas. Les explicó que solo crecerían si sembraban con pensamientos felices. La tarea comenzó, y mientras plantaban, cada uno compartió una historia divertida.

"Una vez, me caí de mi bici y me llené de barro, pero mi perro me lamería la cara y eso me hizo reír tanto que ni me dolió" - contó Juanito, arrancando carcajadas de sus amigos.

"¡Yo tengo una mejor! Mis gatos creen que el sofá es un trampolín y siempre se caen al intentar saltar" - dijo Lila, haciendo gestos cómicos.

Pero a medida que pasaban los días, algo extraño comenzó a ocurrir. Las plantas no crecían tan rápido como esperaban. Juanito, frustrado, una tarde se sentó a llorar junto a Pipo.

"¿Por qué no crecen, abuelo? ¡Hemos compartido tantas risas!" - le preguntó con los ojos llorosos.

Don José, que siempre sabía qué hacer, le dijo:

"Espera, Juanito. Quizá les falta un ingrediente especial. ¿Qué tal si armamos una obra de teatro sobre la alegría y la amistad? Si logramos hacer reír a las plantas, seguro crecerán más rápido."

Los chicos se entusiasmaron con la idea y se pusieron a trabajar en su representación. A la mañana siguiente, llenaron la huerta de amigos y vecinos. El espectáculo comenzó y los personajes contaban chistes y hacían sketches divertidos.

Las risas resonaban por todo el pueblo y, de repente, un milagro sucedió. Las plantas comenzaron a crecer a la vista, llenándose de flores y frutos coloridos. La alegría era contagiosa.

"¡Miren! ¡Las flores de la amistad!" - exclamó Lila, señalando las brillantes flores que escapaban de la tierra.

Y justo cuando pensaron que todo estaba dicho, un rato después aparecieron un grupo de animales del bosque atraídos por la risa.

"¡Hola, amigos!" - saludó un conejo saltarín. "No pudimos resistirnos a su alegría. ¿Pueden compartirla con nosotros?" -

Juanito, Lila y Tomás, encantados, invitaron a todos a participar.

"¡Claro! En esta huerta todos son bienvenidos. También queremos compartir la salsa de tomate que haremos con nuestros frutos." - dijo Tomás.

- “¡Sí! ¡La amistad se comparte! ” - agregó Lila, mientras todo el mundo se unía a la celebración.

La huerta, con cada planta, se llenó de alegría, juegos y deliciosos aromas. La comunidad se unió como nunca antes, festejando el valor de la amistad y el poder de la risa. Desde entonces, la huerta se convirtió en un lugar donde no solo crecían los cultivos, sino también los corazones. Y siempre que alguien se sentía triste, sabía que un paseo por la huerta era la mejor medicina.

Así, Juanito, Lila, Tomás, Don José y todos los habitantes aprendieron que lo que realmente importa no son solo las plantas, sino los momentos compartidos y las risas que alimentan el alma. La huerta no solo era un lugar, era un verdadero hogar donde todos se sentían felices y alegres. Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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