La huerta de los niños



En la escuela San Martín, un grupo de niños estaba emocionado por hacer una huerta escolar.

Habían estado investigando en internet sobre cómo plantar semillas y cuidar las plantas, pero cuando llegaron a la escuela ese día, se dieron cuenta de que algo extraño había sucedido. - ¿Qué pasó acá? -preguntó Tomás mientras miraba alrededor-. Todo parece diferente. - Sí, es como si hubiéramos retrocedido en el tiempo -dijo Sofía con asombro-.

No veo ni televisores ni computadoras. Los demás chicos estaban igual de sorprendidos. Pero lo que más les preocupaba era que no habría forma de investigar cómo hacer una huerta sin tecnología. Justo entonces apareció Don Miguel, el jardinero de la escuela.

Los niños corrieron hacia él para preguntarle qué había pasado y si sabía algo sobre cómo hacer una huerta sin tecnología moderna. Don Miguel sonrió y les dijo:- ¡Ah! Así que quieren hacer una huerta...

Bueno chicos, esto será un desafío muy interesante. Los niños se miraron entre sí con incertidumbre mientras Don Miguel comenzaba a explicarles todo lo que necesitaban saber para crear su propia huerta sin ayuda tecnológica.

Primero les enseñó a preparar el terreno y a construir cercas para proteger sus cultivos del viento y los animales salvajes. Luego les mostró cómo sembrar las semillas correctamente y cuánta agua debían darles cada día.

Los niños trabajaron duro durante semanas bajo la supervisión de Don Miguel. A veces pensaban en rendirse debido al cansancio y al calor, pero siempre se animaban mutuamente para continuar. Un día, mientras regaban las plantas, Sofía notó algo extraño en el suelo.

Era un pequeño brote que había crecido de una semilla que habían plantado hacía varias semanas. - ¡Miren! -exclamó Sofía con entusiasmo-. ¡Algo ha crecido! Los demás niños corrieron hacia ella para ver lo que estaba pasando.

Y entonces todos se dieron cuenta de que la huerta estaba comenzando a dar sus frutos. Había tomates rojos y jugosos, zanahorias crujientes y lechugas frescas. Los niños estaban tan emocionados que empezaron a saltar y gritar como locos.

- ¡Lo hicimos! -dijo Tomás con orgullo-. Hicimos nuestra propia huerta sin tecnología moderna. Desde ese día en adelante, los niños cuidaron su huerta con mucho amor y dedicación.

Aprendieron la importancia del trabajo duro y la perseverancia, así como también descubrieron el valor de estar conectados con la naturaleza y aprender cosas nuevas sin depender de la tecnología moderna. La experiencia fue tan inspiradora que decidieron enseñarle a otros niños cómo hacer una huerta sin ayuda tecnológica.

Y así comenzaron a difundir sus conocimientos por todo el barrio, ayudando a crear comunidades más sustentables y conscientes del medio ambiente.

FIN.

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