La Huerta Mágica de Natalia



Era una tarde soleada en la pequeña ciudad de Verdemar cuando Natalia decidió que era el momento perfecto para armar su propia huerta en casa. Con su entusiasmo, corrió al patio y se encontró con su amigo Hugo, apodado 'Huerta'.

"¡Huerta!", llamó Natalia con una gran sonrisa. "¿Te gustaría ayudarme a crear una huerta? Quiero cultivar tomates, lechugas y hasta algunas zanahorias."

Hugo, que siempre estaba dispuesto a ayudar, respondió:

"¡Claro, Natalia! Me encantaría. Siempre he querido tener una huerta, pero no tengo espacio en casa."

Natalia le mostró el pequeño rincón del patio donde planeaba comenzar. Era un espacio soleado, perfecto para que florecieran las plantas.

"Mirá, ya tenemos el lugar ideal. Sería genial si plantamos semillas hoy y las vemos crecer juntas."

Ambos se pusieron manos a la obra. Primero, cavaron la tierra con una pequeña pala que había en el garaje. Mientras hacían esto, Natalia comentó:

"¿Sabías que las plantas también son como nosotros? Necesitan agua, sol y amor para crecer."

Hugo asintió.

"Sí, y también cuidarlas cada día."

Después de un par de horas de trabajo, lograron plantar varias semillas y regarlas con cuidado. Miraron con satisfacción su nuevo proyecto, pero justo en ese momento, una nube oscura apareció en el cielo.

"Oh no, parece que va a llover", dijo Natalia mirando las nubes inquieta.

"No te preocupes", la tranquilizó Hugo, "las plantas necesitan agua, y si llueve, será una buena señal."

Y así fue, la lluvia llegó. Pero para su sorpresa, después de unos minutos, un fuerte viento también comenzó a soplar. Las ramas de los árboles se movían de un lado a otro y en un instante, una fuerte ráfaga llevó el manto que habían puesto sobre las semillas y lo dejó volar por los aires.

"¡Ay no!", gritó Natalia con una mezcla de risa y preocupación. "¡Mi manto! Debemos recuperarlo."

"¡Voy yo!", dijo Huerta, decidido. Salió corriendo tras el manto, que volaba como un cometa.

Sin embargo, en su intento por atraparlo, tropezó con una piedra y se cayó de espaldas. Natalia corrió hacia él.

"¿Estás bien, Huerta?"

"Sí, estoy bien, solo un poco sorprendido", respondió riendo. En ese momento se dieron cuenta de que el viento había traído no solo desorden, sino también algo inesperado. Cuando miraron hacia el espacio donde habían plantado las semillas, se dieron cuenta de que la lluvia había dejado pequeños charcos que estaban llenos de barro.

"¡Mirá!", gritó Natalia. "Los pequeños charcos son como bañeras para las semillas. Están felices en el agua."

"Sí, y quizás necesitan una mano con el barro", sugirió Hugo.

Así que jugaron un rato, haciendo pequeñas figuras de barro mientras esperaban que la lluvia parara. Se olvidaron del manto y de las semillas, completamente absortos en su diversión. Cuando la lluvia finalmente cesó, el sol comenzó a brillar de nuevo y el arcoíris apareció en el cielo.

"¡Mira, Natalia!", exclamó Huerta, señalando hacia el cielo. "Dijo un profesor que es el símbolo de la esperanza."

"Sí! Nuestras semillas también deben sentir esperanza al ver esto", dijo Natalia.

Días pasaron y decidieron visitar la huerta cada tarde después de la escuela, cuidando las plantas y esperando que crecieran. Con el tiempo, comenzaron a brotar los primeros tallos verdes.

"¡Mirá, están creciendo!", gritó Natalia, mientras saltaba de alegría.

"¡Lo hicimos juntos!", respondió Huerta, lleno de orgullo.

Sin embargo, en uno de esos días de cuidado y supervisión, una familia de aves se posó en la cerca de su huerta. Cuando levantaron la vista, se dieron cuenta de que los pájaros estaban picoteando las hojas de sus plantas.

"¡Oh no! Las aves!", exclamó Natalia.

"Necesitamos proteger nuestras plantas, pero no quiero asustarlas", se preocupó Huerta.

Entonces, pensaron en un plan.

"Podríamos hacer una red con esas ramas que encontramos la última vez y cubrir las plantas. Así no alcanzarán a comérselas."

Ambos trabajaron en la idea, creando una red protectora de ramas y hojas. Al final del día, se sintieron felices de haber encontrado una solución.

"Las plantas están a salvo y los pájaros también. Aprendimos a convivir con la naturaleza", dijo Natalia.

"Sí, y ahora esas plantas estarán más fuertes", afirmó Huerta.

Con el paso de las semanas, sus plantas crecieron bien y se llenaron de colores. Al fin llegó el día en que pudieron cosechar tomates y lechugas. Fue una gran celebración en el patio, compartieron con sus familias el fruto de su trabajo.

"¡Esto es increíble!", dijo Huerta mientras miraba la rica comida.

"Sí, todo gracias a nuestra dedicación y a lo que aprendimos sobre la naturaleza", agregó Natalia.

Y así, la huerta mágica de Natalia y Huerta se convirtió en un lugar lleno de risa, aprendizaje y cooperación. Aprendieron que cada pequeño esfuerzo cuenta, y que uniendo fuerzas podían lograr cosas maravillosas, ¡incluso enfrentar los desafíos más divertidos! Desde entonces, no solo cultivaron plantas, sino también una hermosa amistad llena de aventuras.

FIN.

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