La Iglesia de los Sueños Perdidos



Había una vez, en un pequeño pueblo llamado Villasol, una iglesia antigua y misteriosa que se decía estaba embrujada. Todos los niños del pueblo conocían la historia de la Iglesia de los Sueños Perdidos, donde ocurrían cosas extrañas, como luces que parpadeaban, sombras que bailaban, y ecos de risas que provenían de su interior, aun cuando nadie estaba ahí.

Un día, un grupo de amigos aventureros decidió investigar el misterio. Estaban Mateo, un niño valiente; Sofía, una soñadora; y Tomás, un experto en historias de fantasmas. Juntos, se adentraron en el camino que llevaba a la iglesia, con sus corazones latiendo de emoción.

"¿Te imaginas lo que encontraremos ahí?" -dijo Mateo, con los ojos brillantes.

"Espero que no sean fantasmas de verdad..." -susurró Sofía, algo asustada.

"Los fantasmas son solo historias para asustar, ¡además, estamos juntos!" -aseguró Tomás, tratando de darle coraje a sus amigos.

Cuando llegaron, la puerta de la iglesia crujió al abrirse. Al entrar, se encontraron con un lugar polvoriento, lleno de telarañas, pero también lleno de un mágico resplandor que provenía de las ventanas. De repente, sintieron un suave viento que parecía susurrarles.

"Bienvenidos a la Iglesia de los Sueños Perdidos" -dijo una voz melodiosa. Era un espíritu amigable llamado Luna, que fluyó desde el altar.

Los niños quedaron sorprendidos y, aunque al principio sintieron miedo, se dieron cuenta de que Luna no quería hacerles daño.

"He estado aquí por mucho tiempo, cuidando de esta iglesia. Algunos niños vienen a jugar e imaginar, pero se olvidan de sus sueños. Aquí los sueños no se pierden, solo necesitan ser recordados" -explicó Luna, sonriendo.

Los niños se miraron entre sí. ¿Qué quería decir Luna con que los sueños se olvidaban?"A veces, nos dejamos llevar por las cosas aburridas de la vida y olvidamos lo que realmente amamos" -continuó Luna-. "¿Qué es lo que más les gusta hacer?"

Mateo respondió sin dudar: "A mí me encanta construir cosas con mis manos."

Sofía añadió: "Yo amo pintar y crear historias fantásticas."

"Yo disfruto contando cuentos" -dijo Tomás.

Luna sonrió ampliamente. "Perfecto. Este es el lugar de la creatividad. Pueden hacer lo que más les gusta, y cada vez que lo hagan, sus sueños cobrarán vida. ¿Lo intentan?"

Con un poco de nervios y mucha ilusión, los niños comenzaron a jugar. Mateo comenzó a construir una magnífica fortaleza con los muebles viejos de la iglesia, Sofía pintó murales llenos de colores y personajes de cuentos, mientras que Tomás narraba historias épicas que revivían a los héroes y travesuras.

Mientras cada uno de ellos se sumergía en su actividad, la iglesia se transformó. Los ecos de risas y los sueños olvidados comenzaron a resonar. La luz de las ventanas brilló más fuerte y los colores parecieron cobrar vida.

Al darse cuenta de lo que sucedía, Luna les dijo: "Vieron, sus sueños no están perdidos. Solo hay que recordar lo que verdaderamente aman, y cada día pueden traer sus sueños a la realidad."

Los niños, llenos de emoción, decidieron que no solo volverían a la iglesia, sino que compartirían sus nuevas experiencias con los demás niños del pueblo. Por primera vez en mucho tiempo, la iglesia dejó de ser un lugar temido y se convirtió en un centro de creatividad, donde todos podían soñar y jugar juntos.

Desde entonces, Villasol no solo se llenó de más risas, sino que también se convirtieron en guardianes de los sueños, visitando la iglesia. Cada mañana, Luna y los niños se reunían para recordar que nunca hay que dejar de soñar y que cada uno puede traer a la vida su propia magia.

Así, Villasol se transformó, y la iglesia dejó de ser embrujada para ser, en su lugar, un hermoso refugio de sueños y amistad, recordando a todos los habitantes que lo que realmente importa en la vida son aquellos sueños que llevamos en el corazón y que nunca deben olvidarse.

Y así, los niños crecieron, pero la magia de aquella iglesia nunca se desvaneció, porque siempre llevaban con ellos el poder de sus sueños.

FIN.

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