La importancia del apoyo mutuo



Había una vez dos hermanas llamadas Ángela y Rafaela. A pesar de ser muy diferentes, se querían mucho y siempre estaban juntas. Ángela era una niña muy activa, le encantaba correr, saltar y jugar al aire libre.

Rafaela, en cambio, prefería quedarse en casa leyendo o dibujando. Un día, mientras jugaban en el parque, Ángela propuso subir a un árbol muy alto que estaba cerca.

Rafaela tenía miedo a las alturas pero no quería dejar sola a su hermana. Así que decidió seguirle el juego. Cuando llegaron a la rama más alta del árbol, Ángela perdió el equilibrio y cayó al suelo.

Afortunadamente no se lastimó demasiado pero tuvo que ir al hospital para hacerse unos estudios. Rafaela se sintió muy culpable por haberla seguido hasta allí y prometió nunca más hacer algo que pudiera poner en peligro la seguridad de su hermana.

Al día siguiente, cuando Ángela volvió del hospital con un yeso en el brazo, Rafaela le preparó una sorpresa: había organizado una tarde de juegos tranquilos en casa para pasar tiempo juntas sin correr riesgos innecesarios.

Ángela se divirtió mucho jugando con las manualidades que su hermana había preparado y descubrió lo divertido que podía ser estar tranquilo también. A partir de ese día, las dos hermanas aprendieron a respetar sus diferencias e intereses personales sin dejar de apoyarse mutuamente.

Y aunque seguían siendo distintas entre sí como la —"z"  y la —"s" , se convirtieron en las mejores amigas para siempre. "Gracias por enseñarme que también se puede pasar un buen rato sin correr peligros, hermanita". "De nada, Ángela. Lo importante es estar juntas y cuidarnos mutuamente".

FIN.

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