La inteligencia que salva



Había una vez un niño llamado Fernando, quien vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas y bosques. Fernando era muy curioso y siempre estaba buscando nuevas aventuras.

Pero había algo que lo preocupaba: no se sentía tan inteligente como los demás niños de su edad. Un día, mientras caminaba por el bosque, encontró a un viejo sabio sentado bajo un árbol. El sabio parecía saberlo todo y tenía una sonrisa amable en su rostro arrugado.

- ¡Hola, joven aventurero! -saludó el sabio-. Veo que tienes muchas preguntas en tu mente. Fernando se acercó tímidamente al sabio y le contó sobre sus dudas acerca de su inteligencia.

El sabio escuchó atentamente y luego dijo:- Querido Fernando, la inteligencia no se mide solo por las cosas que sabes o la rapidez con la que aprendes. La verdadera inteligencia radica en cómo usas tus conocimientos para ayudar a los demás y resolver problemas.

Fernando quedó perplejo ante estas palabras y decidió seguir al sabio para aprender más sobre este concepto de —"inteligencia" .

Durante semanas, el sabio enseñó a Fernando diferentes habilidades prácticas como construir una casa con palos y hojas, encontrar agua limpia en el río y leer las estrellas para orientarse durante la noche. A medida que Fernando iba adquiriendo estas habilidades, comenzaba a sentirse cada vez más seguro de sí mismo.

Un día, mientras caminaban juntos por el bosque, escucharon unos gritos desesperados provenientes del lago cercano. Rápidamente corrieron hacia allí y vieron a una niña atrapada en el agua, luchando por mantenerse a flote. - ¡Ayuda! ¡No puedo nadar! -gritó la niña.

Sin pensarlo dos veces, Fernando se lanzó al agua y nadó hasta llegar a la niña. Con todas las habilidades que había aprendido del sabio, logró rescatarla y llevarla de vuelta a tierra firme. La niña estaba asustada pero agradecida.

Le contó a Fernando que había caído al agua mientras jugaba cerca del lago y no sabía cómo nadar. - ¡Eres un héroe! -exclamó la niña-. ¿Cómo supiste qué hacer para salvarme? Fernando sonrió con orgullo y respondió:- Aprendí muchas cosas útiles gracias a mi amigo sabio.

No importa si soy más o menos inteligente que los demás niños, lo importante es utilizar mis conocimientos para ayudar cuando alguien lo necesita. La noticia sobre el heroico acto de Fernando se extendió rápidamente por el pueblo.

Todos admiraban su valentía y habilidad para resolver problemas.

Desde ese día, Fernando dejó de preocuparse por su nivel de inteligencia, porque descubrió que ser inteligente no tiene nada que ver con cuánto sabes o qué tan rápido aprendes, sino con cómo usas tus conocimientos para hacer del mundo un lugar mejor.

Y así, nuestro querido Fernando siguió explorando el mundo con curiosidad e imaginación, siempre dispuesto a aprender algo nuevo y ayudar a los demás en todo lo que pudiera. Y aunque aún tenía mucho por descubrir, nunca olvidó la lección que aprendió del sabio: la verdadera inteligencia está en el corazón y en cómo usamos nuestras habilidades para hacer la diferencia.

FIN.

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