La Isla de los Sueños



Había una vez una niña de 9 años llamada Lila, que vivía sola en una hermosa isla hawaiana. La isla era pequeña, rodeada de aguas cristalinas y llena de árboles de coco y coloridas flores. Aunque Lila se sentía un poco sola a veces, había aprendido a hacer su vida allí. Desde muy chica fue curiosa y aventurera, y había creado un hogar encantador en una pequeña cabaña que construyó con ramas y hojas.

Cada mañana, cuando el sol asomaba por el horizonte, Lila recogía frutas frescas de los árboles y se preparaba un desayuno delicioso.

"¡Hoy voy a hacer una ensalada de frutas!" - decía mientras sonreía, ya que sabía que el sabor de las frutas tropicales era un verdadero regalo de la isla.

Lila se pasaba el día explorando su entorno. Le encantaba nadar en el océano, hacer castillos de arena y observar a los peces de colores que nadaban entre los corales. Sin embargo, siempre sentía que le faltaba algo. Nunca había conocido a otro ser humano, y aunque disfrutaba de la naturaleza, a veces anhelaba tener un amigo con quien compartir sus aventuras.

Un día, mientras exploraba una parte desconocida de la isla, Lila encontró una cueva. Era oscura y misteriosa, pero su curiosidad fue más fuerte.

"¿Qué habrá adentro?" - se preguntó, apretando su pequeña linterna.

Con valentía, Lila entró. En el interior había estalactitas y estalagmitas que brillaban como diamantes. Sorprendida, se dio cuenta que en una esquina había algo pequeño y animal que la observaba. Era una cría de delfín atrapada. Se veía muy asustada.

"¡Qué bonito! No te preocupes, te ayudaré" - dijo Lila, acercándose con cuidado.

Lila buscó piedras y palos para hacer una rampa. Después de un rato de trabajo y esfuerzo, logró ayudar al pequeño delfín a salir de la cueva. Al verlo nadar alegremente, Lila se sintió feliz. Fue entonces que el delfín, como si entendiera lo que había hecho, hizo una voltereta en el agua y salió a la superficie, saltando en círculos.

"¡Gracias, Lila!" - pareció decir el delfín, a lo que ella se rió, pensando que su imaginación estaba muy activa.

A partir de ese día, Lila y el delfín, a quien decidió llamar Duna, comenzaron a pasar mucho tiempo juntos. Jugaban en el mar, exploraban la isla y hacían travesuras. Lila no se sentía sola, y su corazón estaba lleno de alegría.

Mientras exploraban, un día descubrieron una hermosa playa con un extraño objeto en la arena. Lila se acercó y vio que era una botella. Dentro había un mapa con una X marcada.

"¡Mirá, Duna! ¡Un mapa al tesoro!" - exclamó Lila emocionada.

Decidieron seguir las pistas del mapa. Pasaron por cuevas, árboles enredados y hasta una pequeña cascada. En cada parada, Duna ayudaba a Lila a superar los obstáculos, saltando en el agua o mostrándole el camino.

Finalmente, después de un día entero de aventuras, llegaron a un pequeño islote. Allí, con gran emoción, empezaron a cavar en el lugar marcado por la X. Después de unos minutos, Lila sintió algo duro bajo su pala. Era un cofre antiguo, lleno de deliciosas galletitas y dulces que se habían conservado por el tiempo.

"¡Lo encontramos!" - gritó Lila, y juntos hicieron una fiesta con los manjares que habían hallado. Rieron y jugaron hasta que el sol se empezó a ocultar.

A partir de ese momento, cada vez que sentía un poco de soledad, Lila sabía que siempre podía contar con Duna. Juntos, no solo compartieron aventuras, sino también sueños.

Lila comprendió que aunque a veces estemos solos, el amor y la amistad pueden llegar de las maneras más inesperadas. Desde entonces, la niña que vivía en una isla hawaiana nunca volvió a sentirse sola, pues había encontrado en Duna no solo a un amigo, sino a un compañero para la vida.

"Gracias, Duna, por enseñarme que la verdadera riqueza está en tener a alguien con quien compartir cada aventura" – dijo Lila con una gran sonrisa mientras miraban el atardecer juntos, disfrutando del hermoso paisaje que la rodeaba. Y así, con el paso del tiempo, la niña y el delfín vivieron más aventuras que llenaron cada rincón de la isla de risas y amistad.

FIN.

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