La Isla de los Sueños Perdidos
En un pequeño pueblito llamado Villanueva, donde los días eran tranquilos y las noches estrelladas, vivía Lucas, un niño curioso y soñador. Siempre se preguntaba qué pasaría si un día decidiera salir a explorar más allá de los límites de su casa. Un día, mientras paseaba por el bosque cercano, encontró un mapa viejo y desgastado que prometía llevar a una isla mágica cuya leyenda decía que allí se encontraban todos los sueños que alguna vez habían sido olvidados.
- ¡Mirá lo que encontré! -exclamó Lucas, mostrando el mapa a su mejor amiga, Ana, que sabía tan bien como él que la curiosidad podría llevarlos a aventuras increíbles.
- ¡Guau! ¿Vamos a buscarla? -dijo Ana, emocionada.
Y así, con una linterna, una mochila llena de provisiones y, sobre todo, muchas ganas de aventura, ambos decidieron seguir la ruta del mapa.
El camino no fue fácil. Cruzaron ríos frescos y subieron montañas empinadas, haciendo muchas paradas para descansar y merendar galletitas.
- ¿Y si no encontramos la isla? -preguntó Ana, un poco desanimada.
- Entonces habremos disfrutado de este viaje juntas y aprendimos muchas cosas -respondió Lucas con una sonrisa.
Después de horas de caminar, llegaron a la orilla de un lago brillante como un espejo, y allí, en el centro, apareció la Isla de los Sueños Perdidos. Pero había un problema: el lago estaba custodiado por un viejo y sabio pez que les dijo:
- Para cruzar, deben contestar a una adivinanza. Si fallan, no podrán continuar.
- ¡Estamos listos! -gritó Lucas, con determinación.
El pez sonrió y dijo:
- Pido agua, pero nunca bebo. ¿Qué soy?
- ¡Una planta! -gritó Ana.
- Incorrecto. Inténtalo de nuevo -replicó el pez.
- ¡Un río! -respondió Lucas con energía.
- Correcto. Pueden pasar -dijo el pez, apartándose para dejarles el camino libre.
Cruzar el lago fue la parte más mágica de la aventura. Encontraron un mundo lleno de colores vibrantes, flores que hablaban y árboles que cuenta historias. Sin embargo, se dieron cuenta de que los sueños que habían llegado a la isla estaban tristes y olvidados.
- ¿Por qué están tristes? -preguntó Ana a una flor azul que lloraba.
- Porque nadie se acuerda de ellos. Todos hemos sido olvidados por el tiempo -respondió la flor con tristeza.
- Pero, ¿y si nosotros hacemos que la gente vuelva a recordar sus sueños? -propuso Lucas llenándose de energía.
- Eso sería magnífico, pero no sabemos cómo -dijo Ana.
- Yo tengo una idea -dijo Lucas. -Crear un gran mural en la plaza del pueblo con los sueños de cada uno.
- ¡Sí! ¡Hagámoslo! -gritó Ana.
Con la ayuda de las flores, los árboles y algunos pájaros, los niños recolectaron todos los sueños perdidos y empezaron a pintar un enorme mural que representaba cada uno de ellos. Desde ser astronauta, bailarín, chef, hasta explorar el fondo del mar.
Cuando terminaron el mural, invitaron a todos en Villanueva a que vinieran a verlo. El día de la inauguración, muchos llegaron curiosos.
- ¿Qué es esto? -preguntó un anciano mientras se acercaba.
- ¡Es un mural de los sueños que queremos recordar! -dijo Lucas emocionado.
Poco a poco, los asistentes comenzaron a compartir sus propios sueños, y la alegría fue creciendo en el aire. Cada sueño era una historia, y cada historia llevaba a otro sueño olvidado.
- Miren, todos hemos olvidado algo importante -dijo Ana. -Nuestros sueños nos hacen vivir.
Todos se quedaron en silencio, recapacitando. Así, los sueños perdidos comenzaron a volver a su lugar, y cada persona en Villanueva llevó consigo un pedacito de esa magia.
Tras esa jornada, Lucas y Ana regresaron a la isla para contarles a las flores y los árboles lo que había sucedido. Ellos sonrieron llenos de alegría.
- Gracias por recordarle a todos la importancia de los sueños -dijo la flor azul, que secó sus lágrimas.
- La verdadera magia no está aquí en la isla. Está en cada uno de nosotros -dijo Lucas al mirar a su amiga.
Y así, los niños regresaron a casa, llevando consigo no solo el recuerdo de una aventura increíble, sino también la promesa de nunca dejar que un sueño se perdiera nuevamente.
FIN.