La Isla del Espejo Encantado
Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de un denso bosque, una niña llamada Clara. Clara era curiosa y soñadora, siempre buscando aventuras. Un día, mientras exploraba el bosque, descubrió un sendero que nunca había visto antes. Siguiendo su instinto, decidió adentrarse en el camino.
Después de caminar un rato, Clara llegó a un claro iluminado por la luz del sol. En el centro del claro, había un espejo gigante y brillante. Era un espejo encantado que reflejaba no solo su imagen, sino también lo que había en su corazón. Clara se acercó despacio y, al mirarse, vio algo sorprendente: una isla mágica en el fondo del espejo.
"¿Dónde podrá estar esa isla?" - se preguntó Clara, fascinada por el brillo del espejo.
Decidió tocar el espejo y, de repente, fue absorbida por él. Mientras atravesaba el cristal, Clara sintió una brisa suave y, al instante, se encontró en una hermosa isla llena de árboles frutales y flores de colores vibrantes. En la isla, todo parecía brillar.
"¡Hola!" - escuchó una voz suave.
Clara se dio vuelta y allí estaba una pequeña hada, con alas que relucían al sol.
"Soy Lila, la guardiana de la isla. He estado esperándote, Clara. Necesitamos tu ayuda."
"¡Claro! ¿Cómo puedo ayudar?" - respondió Clara emocionada.
Lila le explicó que algo triste había caído sobre la isla. Una sombra oscura había cubierto los colores y estaba afectando a todos los habitantes. Ella necesitaba encontrar un tesoro escondido que podía devolverle la luz y la alegría a la isla.
"¿Dónde busco el tesoro?" - preguntó Clara con entusiasmo.
"En lo más profundo del bosque encantado. Muchos se han perdido buscando, pero tú tienes el corazón puro, así que seguro lo encontrarás."
Agradecida por la confianza de Lila, Clara se adentró en el bosque de la isla. Mientras caminaba, se encontró con varios animales que parecían tristes. Había un pajarito que no podía cantar, un ciervo que no podía saltar y una tortuga que no quería nadar.
"¿Por qué están así?" - les preguntó Clara.
"La sombra nos ha robado la alegría" - respondió el pajarito.
"¿Qué puedo hacer para ayudar?"
"Si encuentras el tesoro, quizás podamos volver a ser felices" - dijo el ciervo.
Clara decidió que tenía que encontrar el tesoro para devolverles la alegría a todos. Tras caminar un rato más, llegó a un árbol viejo y enorme. En su tronco había una puerta diminuta.
"¡Esto debe ser un signo!" - pensó Clara.
La puerta crujió al abrirse. Al entrar, Clara se encontró en una cueva iluminada por gemas brillantes. Al fondo, había un cofre dorado resplandeciente.
"¡El tesoro!" - exclamó Clara, corriendo hacia él.
Al abrir el cofre, encontró algo inesperado: no había oro ni joyas, sino un espejo pequeño que reflejaba su sonrisa y una nota que decía: "La verdadera alegría nace del corazón".
Clara comprendió que el tesoro no era algo material. Con el espejo en mano, decidió regresar a la isla.
"¡Lila, encontré el tesoro!" - gritó mientras corría hacia ella.
Lila sonrió al ver el espejo y le dijo:
"Has encontrado la verdadera esencia de la felicidad. Ahora, muéstrales qué es la alegría."
Clara mostró el espejo a todos los habitantes de la isla. Todos se miraron y comenzaron a recordar las cosas que los hacían felices. Poco a poco, la alegría regresó a la isla. El pajarito empezó a cantar, el ciervo saltó y la tortuga nadó felizmente.
"Gracias, Clara. Has devuelto la luz a nuestra isla", dijo Lila, llena de gratitud.
Clara sonrió y se dio cuenta de que su valentía y bondad habían hecho la diferencia. Al regresar a casa a través del espejo, se sintió más feliz que nunca. Había aprendido que la verdadera felicidad viene de dentro, y decidió compartir esa lección con todos en su pueblo.
Desde ese día, Clara siempre llevaba el espejo consigo. Cada vez que alguien se sentía triste, les decía:
"Recuerda, la alegría comienza en tu corazón. Solo tienes que mirarte y encontrarla."
Y así, Clara se convirtió en la luz de su pueblo, enseñando a todos que la felicidad es un tesoro que todos llevamos dentro.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.