La Isla Mágica



Había una vez un grupo de tres amigos que vivían en un pequeño pueblo cerca del mar. Sus nombres eran Sofía, Tomás y Bruno. Un día, mientras paseaban por la playa, encontraron un mapa viejo y desgastado. – "¡Mirá lo que encontré!", exclamó Sofía. – "¿Qué es eso?", preguntó Tomás, curioso. Bruno se acercó y dijo: – "Parece un mapa del tesoro. ¡Podría llevarnos a una isla mágica!".

Emocionados, decidieron seguir el mapa. Empacaron comida, agua y una brújula que le había regalado el abuelo de Sofía. La brújula siempre apuntaba al norte, y eso les daría la dirección correcta. Después de horas de caminar, llegaron a una pequeña playa donde encontraban un bote a remo.

– "¡Mirá, un bote!", gritó Tomás. – "¡Vamos a usarlo!", dijo Bruno con entusiasmo. Con mucho esfuerzo, los tres amigos subieron al bote y comenzaron a remar. El sol brillaba en el cielo y el aire era fresco. A medida que se alejaban, la playa se hacía más pequeña y el mar parecía extenderse eternamente.

Después de un rato, vieron una isla que parecía estar cubierta de vegetación. – "¡Miren! ¡Eso debe ser!", dijo Sofía señalando la isla. Cuando desembarcaron, algo increíble los recibió. Animales que no habían visto antes estaban por todos lados; pájaros de colores brillantes, mariposas gigantes, e incluso un pequeño zorro que parecía muy amigable.

– "¡Qué lugar tan hermoso!", gritó Bruno. Pero pronto se dieron cuenta de que la isla no era solo un paraíso natural. Había un gran árbol en el centro, y en sus ramas colgaban frutos dorados que emitían una luz mágica.

– "¿Qué creés que son esos frutos?", preguntó Tomás con curiosidad. – "No lo sé, ¡pero quiero probar uno!", dijo Sofía. Pero antes de que pudieran acercarse, una voz fuerte y amigable los interrumpió. – "¡Alto ahí! No pueden tomar los frutos sin conocer sus poderes!" Era un anciano vestido con una túnica verde que parecía el cuidador de la isla.

– "¿Quién sos?", preguntó Bruno. – "Soy el guardián de esta isla mágica. Cada fruto tiene un poder especial, pero también una responsabilidad. Si toman uno, deben usarlo sabiamente". Los amigos se miraron y se preguntaron qué hacer.

Sofía, que siempre había soñado con ayudar a los demás, decidió preguntarle al anciano: – "¿Qué hace el fruto dorado?" El anciano sonrió y explicó: – "Esa fruta otorga la habilidad de comunicarse con los animales. ¿Creen que eso podría ser útil para ustedes?". Los amigos se miraron nuevamente, emocionados.

– "¡Sí!", dijeron al unísono. Luego de hablarlo entre los tres, decidieron tomar la fruta dorada. Cuando la probaron, sintieron una energía recorriendo sus cuerpos. De repente, oyeron un zumbido a su alrededor. Todos los animales se acercaron y comenzaron a hablarles. – "¡Hola! ¡Gracias por probar el fruto!", dijo el zorro. – "Puedo ayudarles a conocer la isla y sus misterios", añadió un loro colorido.

Sofía, Tomás y Bruno estaban deslumbrados. Aprendieron sobre la flora y fauna del lugar y cómo cuidar del medio ambiente. El lorito les enseñó a liberar a los animales atrapados y plantar más árboles. Se sintieron como verdaderos héroes cuidando de la isla.

Sin embargo, después de un día lleno de aventuras, decidieron que era hora de regresar a casa. – "No podemos quedarnos aquí para siempre" dijo Tomás. – "Sí, pero también debemos compartir lo que aprendimos", comentó Sofía.

Mientras removían hacia la playa, el anciano apareció una vez más. – "¿Han tomado una buena decisión?" – "Sí, aprendimos a cuidar el mundo. Queremos compartirlo con todos en nuestro pueblo", respondió Sofía con determinación.

El anciano sonrió con satisfacción. – "Entonces, aquí tienen una fruta de cada color. Usen su poder para inspirar a otros, pero besen la fruta antes de irse, ya que necesitarán un toque de magia en su vida". Los amigos hicieron lo que el anciano les indicó, y al llegar a la playa, cada uno guardó su fruta en sus mochilas.

Desde ese día, Sofía, Tomás y Bruno no solo tenían una historia de aventuras y un mundo mágico que recordar, sino también un deber que cumplir: cuidar del medio ambiente y ayudar a otros a hacerlo también. Con su magia, llenaron su pueblo de iniciativas ecológicas, enseñaron a reciclar y organizaron limpiezas en la playa. Así, con esfuerzo y dedicación, el pequeño pueblo comenzó a brillar con un nuevo propósito.

Y cada primavera, cuando los árboles florecían, recordaban la lección que la isla mágica les había enseñado: cuidar del mundo es mágico y juntos pueden hacer una gran diferencia. Y así, la historia de la isla mágica se convirtió en una leyenda, inspirando a las generaciones futuras a cuidar y amar la naturaleza.

FIN.

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