La lámpara mágica del valor


Érase una vez en un pequeño pueblo llamado Villa Esperanza, donde reinaba la alegría y la diversión. Todos los días, los niños se reunían en el parque para jugar y reír juntos. Pero un día, algo extraño sucedió.

Un grupo de niños llegó al parque con caras sombrías y miradas siniestras. Eran Lucas, Martina y Tomás, quienes solían ser amigos del resto de los chicos. Pero algo había cambiado en ellos.

Habían encontrado un viejo libro lleno de historias macabras que les habían provocado una extraña obsesión por el terror. Lucas propuso a sus amigos jugar a "La Casa Encantada", un juego que él mismo inventó inspirado en las historias del libro.

Los demás niños aceptaron emocionados sin saber lo que les esperaba. "¡Vamos a la casa abandonada del bosque!", exclamó Lucas con entusiasmo. Los niños caminaron hacia el bosque mientras la noche caía sobre el pueblo.

La luna brillaba en lo alto y las hojas crujían bajo sus pies. Al llegar a la casa abandonada, todos sintieron un escalofrío recorrerles la espalda. "¿Están seguros de querer entrar?", preguntó Sofía temerosa.

"Claro, no hay nada qué temer", respondió Lucas con una sonrisa maliciosa. Una vez dentro de la casa, comenzaron a escuchar ruidos extraños y ver sombras moviéndose por las paredes. El miedo empezó a apoderarse de ellos mientras avanzaban por pasillos oscuros y habitaciones polvorientas.

De repente, se encontraron con una puerta cerrada. Lucas, Martina y Tomás tenían la llave, pero solo podían abrirla si lograban resolver un acertijo siniestro. "¿Cuál es el sonido más aterrador del mundo?", preguntó Lucas con voz tenebrosa.

Los demás niños se miraron confundidos, pero luego de pensar un poco, Sofía respondió:"El grito de una pesadilla". La puerta se abrió y todos suspiraron aliviados. Pero lo peor estaba por venir.

En la siguiente habitación encontraron un juego macabro que debían superar para poder salir de la casa encantada. El juego consistía en cruzar un piso lleno de trampas mortales mientras evitaban caer en charcos de sangre falsa.

Cada uno debía mostrar su valentía y astucia para llegar al otro lado sin lastimarse. Con cada paso que daban, las trampas se volvían más difíciles de sortear: cuchillas afiladas saliendo del suelo, arañas gigantes colgando del techo y serpientes venenosas acechando entre los obstáculos.

Pero a medida que avanzaban, los niños comenzaron a trabajar en equipo y ayudarse mutuamente. Sofía usaba su ingenio para desactivar las trampas, Juan demostraba su agilidad saltando sobre ellas y Marcos protegía al grupo con su escudo imaginario.

Finalmente, después de mucho esfuerzo y trabajo en equipo, lograron superar el juego macabro. La última sala reveló un tesoro escondido: una antigua lámpara mágica capaz de conceder deseos. "¡Podremos pedir cualquier cosa que queramos!", exclamó Martina emocionada.

Pero en lugar de pensar en deseos egoístas, los niños decidieron usar la lámpara para traer paz y felicidad a Villa Esperanza. Pidieron que el pueblo se llenara de alegría y diversión nuevamente, como antes.

Al instante, el pueblo volvió a ser lo que era: risas resonaban en las calles, los parques se llenaron de juegos y todos los habitantes recuperaron su espíritu amigable y cariñoso.

Los niños aprendieron una valiosa lección: no hay lugar para el terror y el sadismo cuando trabajamos juntos por un bien común. La verdadera diversión está en compartir momentos felices con amigos y vecinos, sin hacer daño ni causar miedo. Y así, Villa Esperanza vivió felizmente para siempre gracias al coraje y la bondad de aquellos valientes niños.

Fin.

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