La lección de Catalina



Había una vez en un tranquilo barrio de campo, donde las gallinas vivían felices y contentas. Entre ellas se encontraba Catalina, una gallina muy especial.

Tenía plumas suaves y brillantes, y siempre llevaba un lazo rojo en su cabeza. Un día, mientras Catalina estaba picoteando el suelo en busca de granos de maíz, levantó la vista y vio al gallo de la vecina, Federico. Era un gallo imponente con plumas coloridas y una cresta erguida.

Desde ese momento, Catalina no pudo apartar sus ojos del gallo vecino. "¡Ay, ay! ¡Qué guapo es Federico! No puedo dejar de pensar en él", suspiró Catalina para sí misma.

Catalina intentó llamar la atención de Federico mostrándole sus mejores habilidades para cazar insectos y cantar canciones alegres. Pero el gallo solo tenía ojos para las otras gallinas del corral. "¿Por qué no me mira? ¿Acaso no le gusto?", se preguntaba tristemente Catalina.

Desesperada por conquistar el corazón del gallo vecino, Catalina decidió cambiar su apariencia. Se quitó el lazo rojo que tanto le gustaba llevar en la cabeza y se puso unas plumas más llamativas. Sin embargo, esto solo causó risas entre las demás gallinas.

"¿Qué te has hecho Catalina? Pareces un arco iris!", reían las demás gallinas burlonamente. Pero eso no detuvo a Catalina.

Decidida a ganarse el amor de Federico, comenzó a imitar todos los movimientos que hacían las otras gallinas para llamar su atención. Saltaba, corría y cacareaba como si no hubiera un mañana. "¡Miren lo que puedo hacer! ¡Soy la gallina más talentosa del corral!", exclamaba Catalina con orgullo. Sin embargo, Federico seguía sin prestarle atención a Catalina.

Estaba demasiado ocupado coqueteando con las otras gallinas y mostrándoles sus plumas brillantes. Un día, cuando Catalina estaba cansada de intentar en vano ganarse el amor de Federico, se encontró con una vieja tortuga llamada Donatella.

La tortuga había vivido muchos años y tenía una sabiduría inigualable. "¿Qué te pasa, pequeña gallina?", preguntó amablemente Donatella. Catalina le contó a la tortuga sobre su amor por Federico y cómo había intentado cambiar para ser aceptada.

Pero todo fue en vano y ahora se sentía triste y desplumada tanto física como emocionalmente. Donatella sonrió sabiamente y le dijo:"Querida Catalina, el verdadero amor no se basa en cambiar quién eres solo para complacer a alguien más.

El verdadero amor es encontrar a alguien que te quiera tal como eres". Las palabras de la sabia tortuga resonaron en el corazón de Catalina.

Se dio cuenta de que había estado buscando el amor en el lugar equivocado todo este tiempo. Decidió dejar de perseguir a Federico y comenzar a amarse a sí misma. Con el tiempo, Catalina recuperó su confianza perdida y volvió a lucir sus hermosas plumas suaves y brillantes.

Volvió a ponerse el lazo rojo en su cabeza, pero esta vez no para impresionar a nadie más que a sí misma. El resto de las gallinas del corral notaron el cambio en Catalina y comenzaron a admirarla por su valentía y autoaceptación.

Incluso Federico se dio cuenta de lo especial que era Catalina y se acercó a ella con curiosidad. "Catalina, me he dado cuenta de lo increíblemente hermosa que eres, tanto por dentro como por fuera.

¿Podrías perdonarme por no haberlo visto antes?", dijo Federico tímidamente. Catalina sonrió y le respondió:"No hay nada que perdonar, Federico. Aprendí que el amor propio es lo más importante y gracias a eso ahora puedo amarte sin necesidad de cambiar".

Desde ese día, Catalina y Federico vivieron una historia de amor basada en la aceptación mutua y el respeto. El barrio dejó atrás el alboroto y todos aprendieron la importancia de amarse tal como son.

Y así termina nuestra historia, recordándonos siempre que no debemos cambiar quiénes somos para complacer a otros, sino encontrar aquellos que nos amen sinceramente por ser nosotros mismos.

FIN.

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