La Lección de Eduardo
Había una vez un niño llamado Eduardo que vivía en un pequeño barrio lleno de amigos. Eduardo era conocido por sus travesuras; le encantaba hacer bromas. Desde esconder los zapatos de sus compañeros hasta hacer cosquillas a su hermana mientras estaba concentrada en sus deberes, Eduardo se pasaba el día creando situaciones divertidas pero a veces un poco molestas.
Un día, mientras jugaba a la pelota con sus amigos, se le ocurrió una nueva broma. "¿Y si hoy le digo a Lucas que la pelota está embrujada?"- pensó, y se rió solo de la ocurrencia. Entonces, Eduardo se acercó a Lucas, que estaba parado esperando el pase de la pelota, y empezó a contarle una historia aterradora.
"¡Lucas! ¡No toques la pelota! Dicen que quien la toca es perseguido por un pato fantasma que hace ¡cuac! y se lleva a los niños traviesos de una patada!"-
Lucas, que era un niño muy sensible, se asustó y empezó a mirar a todos lados buscando el pato fantasma. Eduardo, entre risas, siguió con su broma.
"¡No te preocupes, es solo una broma!"- dijo riendo, mientras sus amigos se unieron a sus risas.
Pero las risas se apagaron cuando Lucas, todavía asustado, dijo:
"No me gusta que me hagan eso, Eduardo. A veces, las bromas duelen."
"¿Duelen? ¡Pero son solo bromas!"- contestó Eduardo, un poco confundido. No comprendía por qué Lucas no encontraba gracia en su broma.
Después de esa tarde, Eduardo decidió seguir haciendo travesuras, sin pensar en sus consecuencias. Unos días después, mientras comía un bocadillo en la casa de su amigo Mateo, se le ocurrió otra idea.
"¿Y si le decimos a Sofía que hay un monstruo debajo de su cama?"- propuso.
"No sé, Edu. A veces, está bueno hacer reír, pero otros chicos no se lo toman a bien"- contestó Mateo, preocupado.
Eduardo no le prestó atención. Así que, cuando Sofía llegó, comenzó a contarle historias de monstruos y sombras.
Sofía, que era muy imaginativa, se asustó tanto que decidió no dormir esa noche. Esa situación se complicó cuando en la noche Sofía empezó a llorar y su mamá tuvo que entrar a consolarla.
"¿Por qué llora mi hija?"- preguntó la mamá de Sofía al escuchar los sollozos.
Eduardo, sintiéndose un poco culpable, solo pudo murmurar: "Yo solo bromeaba".- Y la mamá de Sofía le respondió:
"Las bromas pueden ser divertidas, pero hay que pensar en cómo se siente la otra persona. A veces lo que parece chistoso para uno, no lo es para el otro."
Esa noche, Eduardo se sintió mal. Se fue a su casa pensando en lo que había hecho.
Al día siguiente, decidió visitar a Sofía para disculparse. Cuando llegó, la encontró jugando con su muñeca.
"Hola, Sofía"- dijo con voz baja.
"Hola, Eduardo"- respondió ella con un tono triste.
"Quería decirte que lo siento. No debí asustarte. No era mi intención hacerte llorar"- explicó Eduardo, sintiendo que se le apretaba el corazón.
Sofía lo miró fijamente y dijo:
"Está bien. Pero no me hagas eso otra vez, por favor. A veces las cosas que decís me dan miedo."-
Eduardo se sintió aliviado. "Prometo no hacer más bromas que lastimen. Aprendí mi lección"- dijo con sinceridad.
A partir de ese día, Eduardo empezó a pensar más en cómo se sentían los demás. Se volvió un niño más considerado, y aunque seguía siendo travieso, sus bromas eran más amables y divertidas para todos.
Un día, decidió organizar un partido de fútbol en el parque, y en lugar de hacerle bromas a sus amigos, se dedicó a ser el mejor compañero de juego.
"¡Vamos, equipo! ¡Hoy el pato fantasma nos ayudará a ganar!"- bromeó, pero con una risa amigable, y todos se unieron a sus risas.
Eduardo había aprendido que la verdadera diversión viene de hacer reír a los demás sin hacerlos sentir mal. Desde ese día, su risa era contagiosa y sus amigos aprendieron que se puede ser travieso y amable al mismo tiempo. Y así, el barrio se llenó de risas, pero de un tipo diferente de bromas, donde todos se sentían incluidos.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.