La Lección de Juli
Había una vez en un pintoresco barrio de Buenos Aires, una mamá muy buena llamada Giselle. Ella adoraba a su hija Juli, una nena llena de energía y curiosidad. Giselle trabajaba mucho para darle lo mejor a su pequeña y, a menudo, le compraba todo lo que pedía. Desde muñecas y juguetes hasta ropa y golosinas.
Un día, mientras estaban en el parque, Juli vio una tienda de helados y pidió uno de fresa con chispas de chocolate.
"Mamá, ¡quiero ese helado!" - exclamó Juli, señalando el helado que soñaba probar.
"Claro, mi amor, ¡vamos!" - respondió Giselle con una sonrisa, porque le encantaba hacer feliz a su hija.
Cuando llegaron a la heladería, Giselle compró el helado más grande que habían tenido. Juli estaba emocionada, pero mientras disfrutaba de su goloso manjar, vio a un grupo de chicos que no tenían helados. Algunos jugaban y otros sólo miraban con envidia.
"Mamá, ellos no tienen helado. ¿Podemos comprarles uno?" - preguntó Juli, sintiéndose un poco incómoda por el contraste.
Giselle la miró sorprendida. Nadie le había enseñado a Juli sobre compartir y ayudar a los demás.
"Pero, cariño, tenemos que ir a casa. No tenemos suficiente dinero para más helados" - le contestó Giselle.
"Solo quiero ayudarles, mamá" - insistió Juli, con su pañuelo de colores ondeando en el aire mientras señalaba a los niños.
Giselle, conmovida por la generosidad de su hija, decidió que era momento de enseñarle un valor importante.
"Está bien, Juli. Vamos a hacer algo juntos" - respondió Giselle.
Las dos se acercaron a los niños.
"Hola, chicos. ¿les gustaría comer helado?" - preguntó Giselle. Todos los niños se miraron con ojos brillantes.
"¡Sí!" - gritaron en coro.
Giselle se agachó y les explicó:
"Nosotras vamos a invitarles a un helado, pero a cambio les pedimos que nos ayuden a limpiar el parque. ¿Qué les parece?"
Los niños asintieron con entusiasmo. Así, Juli y Giselle fueron a la tienda y compraron jeroglíficos helados, suficiente para todos. Mientras disfrutaban de sus helados, comenzaron a hablar sobre la importancia de cuidar el lugar donde juegan. Todos juntos, empezaron a recoger basura y a alimentar a los patos.
Pasó el tiempo y al final del día, el parque brillaba como nunca. Juli sonreía de oreja a oreja por la satisfacción de ayudar.
"Mamá, ¡fue genial!" - daba saltitos por el parque.
"Sí, Juli. Y aprendiste algo importante hoy, ¿no?" - respondió Giselle, acariciando su cabello.
"Sí, ayudar es así de lindo" - dijo Juli, mientras miraba a sus nuevos amigos.
Desde ese día, Juli y Giselle se comprometieron a hacer un acto de bondad cada semana. Invitaban a más niños a unirse y, juntos, transformaron el parque en un lugar feliz y limpio, lleno de risas y nuevas amistades.
Giselle entendió que, aunque era maravilloso hacer feliz a Juli con cosas materiales, lo más valioso era enseñarle a ser solidaria y a dar amor a los demás.
Y así, juntos aprendieron que compartir es lo más bonito que se puede hacer en la vida.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.