La lección de la abuela


Había una vez un niño llamado Juan que vivía en la ciudad con sus padres. Un día, su mamá le dijo que debían ir a visitar a su abuela que vivía en el campo.

A Juan le encantaba ir a lo de su abuela porque siempre había algo divertido para hacer allí. Cuando llegaron, su abuela los recibió con mucha alegría y les preparó una deliciosa merienda.

Mientras comían pastelitos y tomaban mate, Juan le contó todas las cosas emocionantes que había hecho últimamente: "Abuela, hoy fui al parque y me subí por primera vez a la hamaca grande. ¡Fue genial!". La abuela sonrió y lo felicitó por haberse animado a probar cosas nuevas.

Pero luego comenzó a hablarle de temas más serios: "Juan, ¿cómo va todo en el colegio? ¿Te están yendo bien las materias?". Juan se puso un poco incómodo porque sabía que no estaba sacando buenas notas en matemáticas.

Trató de cambiar de tema: "Abuela, ¿me enseñás otra vez cómo hacer pan casero? Eso sí que es divertido".

Pero la abuela insistió en hablar del colegio: "Juanito, sé que no te gusta mucho estudiar pero es importante que te esfuerces para tener un buen futuro". Juan se sintió triste e impotente ante las palabras de su abuela. Después de un rato, la abuela decidió llevarlos a dar una vuelta por el campo.

Mientras caminaban, vieron muchos animales como vacas, caballos y gallinas. Juan estaba fascinado con todo lo que veía y no podía dejar de preguntar: "Abuela, ¿cómo hacen los pollitos para salir del huevo? ¿Por qué las vacas tienen manchas?".

La abuela le explicaba con paciencia todas sus dudas y Juan se sentía cada vez más feliz. Pero de repente, comenzó a llover muy fuerte y tuvieron que refugiarse bajo un árbol.

Juan estaba asustado por la tormenta y la abuela lo abrazó para tranquilizarlo: "No tengas miedo, mi amor. La lluvia es buena para el campo y pronto pasará". Finalmente, cuando paró de llover, regresaron a la casa de la abuela.

Juan estaba cansado pero también contento por todo lo que había aprendido ese día. Se despidió de su abuela con un gran abrazo y prometió volver pronto.

Mientras volvían en el auto hacia la ciudad, Juan pensaba en todas las emociones distintas que había vivido durante ese día: alegría al ver a su abuela, incomodidad al hablar sobre el colegio, fascinación al conocer animales nuevos, miedo ante la tormenta y finalmente felicidad por haber pasado un día inolvidable.

Desde entonces, Juan comprendió que aunque haya situaciones difíciles o incómodas en su vida, siempre habrá momentos felices e interesantes que valen la pena disfrutar. Y así fue como aprendió a valorar cada experiencia como una oportunidad única para crecer y aprender algo nuevo.

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