La lección de la casita dulce
Había una vez en un bosque encantado, dos hermanos pelirrojos llamados Martina y Tomás. Un día, mientras exploraban el bosque, se encontraron con una casita hecha completamente de chocolate.
Los ojos de los niños brillaron de emoción al ver semejante delicia. - ¡Mira, Tomás! ¡Una casita de chocolate! -exclamó Martina emocionada. Sin pensarlo dos veces, los hermanos comenzaron a arrancar pedacitos de la casita y a saborear el dulce chocolate.
La casita empezó a derretirse lentamente bajo el calor del sol, formando pequeños charcos de chocolate en el suelo. De repente, una bruja apareció frente a ellos con una mirada misteriosa pero amable. - ¿Qué hacen aquí, mis pequeños? -preguntó la bruja con voz suave.
Martina y Tomás se sintieron un poco asustados al principio, pero la amabilidad en los ojos de la bruja los tranquilizó. - Disculpe señora bruja, no sabíamos que esta casita era suya... -dijo Martina tímidamente.
La bruja sonrió bondadosa y les explicó que aquella casita pertenecía a ella y que estaba encantada para atraer a niños curiosos como ellos. Les contó que había creado esa casa de chocolate para enseñarles una lección importante sobre la gratitud y la moderación.
- El exceso nunca es bueno, queridos niños. Es importante disfrutar las cosas con mesura y ser agradecidos por lo que tenemos -explicó la bruja con sabiduría.
Los hermanos reflexionaron sobre las palabras de la bruja y se dieron cuenta de que habían actuado impulsivamente sin pensar en las consecuencias. Se disculparon sinceramente con la bruja por haberse comido su casa sin permiso.
La bruja aceptó sus disculpas con una sonrisa comprensiva y les ofreció un regalo especial como muestra de perdón: dos bolsitas llenas de semillas mágicas para plantar en su jardín. Les explicó que esas semillas crecerían en flores maravillosas si las cuidaban con amor y paciencia.
Los niños agradecieron el regalo y prometieron aprender la lección sobre la importancia de ser moderados y agradecidos en todo momento.
Con el corazón lleno de gratitud hacia la generosa bruja, Martina y Tomás emprendieron el camino de regreso a casa llevando consigo las semillas mágicas y un valioso aprendizaje en sus corazones. Desde ese día, los hermanos cuidaron las semillas con esmero, recordando siempre la lección enseñada por aquella bondadosa bruja del bosque encantado.
Y así florecieron no solo bellas flores en su jardín, sino también valores como la gratitud, la moderación y el respeto hacia lo ajeno.
FIN.