La lección de la generosidad
Había una vez, en un pequeño rincón del campo argentino, tres ratones muy envidiosos llamados Chispa, Pichón y Colita. Estos ratoncitos siempre querían tener todo para ellos solos y no les gustaba compartir.
Un día, mientras los tres ratones jugaban en su casa, escucharon un suave golpeteo en la puerta. Era su vecino, Don Ratoncito Curioso, quien venía a visitarlos con una sonrisa amigable. "¡Hola amigos! ¿Puedo pasar a jugar con ustedes?"- preguntó Don Ratoncito Curioso.
Los tres ratones se miraron entre sí y rápidamente comenzaron a esconder todo el queso que tenían guardado. No querían compartirlo con nadie más. "Lo siento mucho, pero hoy no podemos jugar contigo"- respondió Chispa con voz temblorosa.
Don Ratoncito Curioso quedó sorprendido por la respuesta de sus amigos. No entendía por qué no podían jugar juntos como lo hacían antes. Pero decidió no insistir y se marchó triste hacia su casa.
Con el paso del tiempo, los ratoncitos seguían evitando a Don Ratoncito Curioso cada vez que este intentaba acercarse a ellos.
La envidia había hecho mella en sus corazones y ya no disfrutaban de la compañía de su vecino ni de las aventuras que solían vivir juntos. Un día soleado, mientras buscaban comida por el campo, los tres ratones encontraron algo inesperado: una hermosa flor brillante de colores intensos. Quedaron fascinados por su belleza y decidieron llevársela a su casa.
Cuando llegaron, Chispa, Pichón y Colita comenzaron a discutir sobre quién se quedaría con la flor. Todos querían tenerla solo para ellos. La envidia volvía a apoderarse de sus corazones. "¡Yo la vi primero! ¡Es mía!"- exclamó Chispa.
"¡No es cierto! ¡Yo la encontré!"- protestó Pichón. "¡Déjenme decidir!"- interrumpió una voz familiar. Era Don Ratoncito Curioso, quien había presenciado toda la discusión desde afuera de la ventana.
Los tres ratones se sorprendieron al verlo allí, pero esta vez no intentaron alejarlo. Estaban tan ocupados peleando que no notaron cómo habían alejado a su amigo más cercano.
Don Ratoncito Curioso les explicó que los verdaderos tesoros no son objetos materiales como el queso o una flor bonita, sino las amistades y los momentos compartidos. Les recordó lo felices que solían ser cuando jugaban juntos y cómo cada uno tenía algo especial para ofrecer al grupo.
Mientras hablaban, un fuerte viento sopló y se llevó la flor por la ventana abierta. Los cuatro ratoncitos salieron corriendo detrás de ella sin pensarlo dos veces. Corrieron tan rápido como pudieron hasta alcanzarla en el campo abierto.
Allí, rodeados por hermosas flores silvestres y bajo un cálido sol argentino, los ratoncitos comprendieron el mensaje de Don Ratoncito Curioso: compartir es mucho mejor que tenerlo todo para uno mismo.
Desde ese día, Chispa, Pichón y Colita aprendieron a compartir sus tesoros con los demás y a valorar la amistad por encima de todo. Jugaron juntos, rieron juntos y vivieron muchas aventuras inolvidables.
Y así, en aquel pequeño rincón del campo argentino, los ratones aprendieron una valiosa lección: la verdadera felicidad se encuentra en el corazón generoso que sabe compartir y valorar a los amigos. Y desde entonces, jamás volvieron a esconder su queso cuando Don Ratoncito Curioso venía de visita.
FIN.