La Lección de la Rosa y la Margarita
En un pequeño jardín de una casa en las afueras de la ciudad, vivía una coqueta rosa blanca y una humilde margarita blanca que compartían el mismo macetero. La rosa, con sus pétalos suaves y brillantes, era la más bella del jardín. Sin embargo, había un pequeño problema: siempre se aseguraba de tomar el agua primero, dejando muy poco para su amiga la margarita.
Un día, mientras el sol brillaba intensamente, la margarita, con su sabiduría, decidió hablar con la rosa.
"Rosa, querida, ¿no crees que deberíamos compartir el agua de manera más equitativa?" - sugirió la margarita.
"Pero yo soy la flor más hermosa del jardín, Margarida. Necesito más agua para lucir radiante. La gente siempre me mira a mí y olvida a las demás" - respondió la rosa, mirando su propio reflejo en una gota de agua.
La margarita suspiró, pero no se rindió.
"Entiendo que quieras lucir hermosa, pero también merezco crecer. Si seguimos así, podría marchitarme y no quiero que eso pase" - insistió la margarita.
Sin embargo, la rosa continuó con su actitud. Y así fue como pasaron los días. Hasta que un día, un fuerte viento comenzó a soplar en el jardín. El viento trajo consigo nubes oscuras que cubrieron el cielo.
"¡Oh, no! ¡Por favor, que no llueva!" - gritó la rosa asustada. "No quiero que mis pétalos se mojen y se arruinen!"
"Rosa, si llueve, puede ser una buena oportunidad para que ambas disfrutemos de agua fresca" - dijo la margarita, mientras miraba hablarse con la tormenta.
El cielo se oscureció más y empezó a llover. Las gotas caían con fuerza, y la rosa, aunque temía por su belleza, no podía evitar sentir la suavidad del agua en sus pétalos.
Después de la tormenta, la rosa se sintió pesada pero también renovada. Sus colores estaban más vivos que nunca.
"Quizás no sea tan malo tener agua en abundancia, Margarida" - dijo la rosa, un poco sonrojada.
"Claro, Rosa. El agua es vital para ambas. Si te ves hermosa y yo me estoy marchitando, ¿por qué no podemos ayudarnos mutuamente?" - respondió la margarita con una sonrisa.
Desde ese día, la rosa decidió dejar un poco más de agua para la margarita. Juntas disfrutaban del sol y hacían crecer sus pétalos en armonía.
Con el tiempo, la margarita también floreció y comenzó a volverse bastante hermosa a su manera.
"Margarida, mirá, tus pétalos son tan bonitos, y aunque son diferentes a los míos, son muy especiales" - reconoció la rosa.
"Y tú eres una rosa elegante. Juntas somos un jardín lleno de color" - contestó la margarita, sintiéndose feliz.
Y así, la rosa coqueta aprendió que la verdadera belleza no solo está en el brillo de los pétalos, sino también en el amor y la amistad que se comparten. Juntas, llenaron el macetero de alegría y aprendieron a compartir no solo el agua, sino también sus sueños y risas, convirtiéndose en las mejores amigas del jardín.
Desde entonces, la rosa y la margarita vivieron felices, enseñando a otras flores la importancia de compartir y apoyar a los demás. Porque al final, son las pequeñas acciones de amor y amistad las que hacen que nuestros colores brillen aún más.
FIN.