La lección de la tentación



En un caluroso día de verano en el pueblo de Hoyo de Pinares, dos niños traviesos y hambrientos llamados Diego y Jaime corrían por las polvorientas calles.

Habían pasado toda la tarde jugando al fútbol y ahora sus estómagos rugían con fuerza. - ¡Jaime, tengo tanta hambre que me comería una vaca entera! - exclamó Diego mientras se dirigían hacia el J5, el bar del pueblo donde sus padres los esperaban para cenar.

Al llegar al J5, los niños vieron a sus padres sentados en una mesa cerca de la ventana. El delicioso aroma de las hamburguesas a la parrilla flotaba en el aire, haciéndoles agua la boca.

Sin embargo, antes de acercarse a su mesa, algo llamó la atención de los pequeños. En una mesa cercana, un grupo de turistas había dejado su comida sin terminar. Hamburguesas jugosas, papas fritas crujientes y refrescos helados estaban allí esperando ser devorados.

- ¡Mira eso, Jaime! ¡Esa comida se ve deliciosa! - dijo Diego con ojos brillantes. Sin pensarlo dos veces, los niños se acercaron sigilosamente a la mesa abandonada y comenzaron a devorar todo lo que encontraron.

Las hamburguesas desaparecieron en cuestión de segundos y las papas fritas no tardaron mucho más en seguir su destino. En ese momento, Miki, el dueño del J5 y padre de Diego y Jaime, salió corriendo de la cocina al escuchar el bullicio.

Al ver a sus hijos comiendo como mulos en la mesa ajena, su rostro se llenó de asombro y furia. - ¡Diego! ¡Jaime! ¿Qué están haciendo? ¡Esa comida no es nuestra! - gritó Miki con voz grave mientras se acercaba a los niños.

Los pequeños levantaron la mirada con caritas inocentes pero llenas de migajas y ketchup regadas por todas partes. Se dieron cuenta del error que habían cometido al apropiarse indebidamente de la comida ajena. - Lo siento papá...

Teníamos tanta hambre que no pudimos resistirnos - murmuró Jaime avergonzado. Miki suspiró profundamente antes de explicarles por qué tomar lo que no les pertenecía estaba mal.

Les recordó la importancia del respeto hacia los demás y les enseñó sobre cómo actuar con integridad incluso cuando nadie está mirando. Los niños comprendieron la lección y pidieron disculpas sinceramente al grupo de turistas por haberse comido su cena sin permiso.

Los turistas aceptaron las disculpas amablemente e incluso compartieron algunos postres con ellos como muestra de generosidad. Desde ese día, Diego y Jaime aprendieron que nunca debían tomar lo que no les pertenecía y siempre debían comportarse con honestidad y respeto hacia los demás.

Y así continuaron disfrutando juntos de muchas aventuras más en aquel inolvidable verano en Hoyo de Pinares.

FIN.

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