La Lección de la Tortuga
Una soleada mañana en el bosque, Mamá Conejo y su pequeña conejita, Lulú, decidieron dar un paseo. Lulú era muy curiosa y siempre estaba dispuesta a explorar. En su camino, encontraron un claro lleno de flores coloridas y mariposas revoloteando.
"¡Mamá, mira cuántas flores!" - exclamó Lulú.
"Sí, querida. Es un lugar hermoso. Pero debemos seguir nuestro camino, hay mucho por descubrir" - respondió Mamá Conejo con una sonrisa.
Mientras continuaban su paseo, Lulú encontró algo brillante entre las hojas. Se agachó y lo recogió con asombro. Era una moneda dorada.
"¡Mira, mamá!" - gritó emocionada, mostrando la moneda.
"Es muy bonita, Lulú. Pero es importante saber de dónde viene. Tal vez pertenece a alguien" - le advirtió Mamá Conejo.
Lulú, en su emoción, comenzó a pensar qué podría comprar con esa moneda.
Al rato, llegaron a un arroyo donde había una tortuga viejita tomando el sol.
"¡Hola, tortuguita!" - saludó Lulú.
"¡Hola, pequeña conejita! ¿Qué te trae por aquí?" - respondió la tortuga con voz suave.
Lulú, sin pensar, le dijo que había encontrado una moneda. La tortuga frunció el ceño.
"Es bonita, pero recuerda que las cosas que no son tuyas pueden causar problemas" - le advirtió.
"Sí, sí. Pero quiero comprar algo rico para comer", respondió Lulú mientras jugaba con la moneda.
La tortuga suspiró, sabiendo que Lulú era aún muy joven y todavía estaba aprendiendo. Cuando Lulú se distrajo mirando a las mariposas, la tortuga, con sabiduría, decidió contarle una historia.
"Te voy a contar un secreto. Cuando yo era joven, encontré una moneda también. Al principio pensé en gastarla, pero luego comprendí que ayudando a otros, conocí a muchos amigos y aprendí lecciones que el dinero nunca me podría comprar" - dijo la tortuga.
Lulú se detuvo, pensando en lo que la tortuga había dicho. Era verdad, había cosas más valiosas que el dinero.
Al final del día, mientras regresaban a casa, la pequeña conejita aún estaba reflexionando sobre la moneda. Cuando se aventuraron otra vez a la orilla del arroyo, notó que la tortuga estaba tratando de mover una piedra grande que había caído en su camino.
"¿Puedo ayudar?" - preguntó Lulú con una sonrisa.
"Oh, querida, eso sería magnífico, pero no necesitas. Solo tengo que ser paciente" - dijo la tortuga.
"¡No! ¡Quiero ayudar!" - insistió Lulú.
Así que, con mucho esfuerzo, Lulú y la tortuga hicieron un trabajo en equipo y finalmente movieron la piedra. La tortuga sonrió, agradecida.
"Eres muy valiente y generosa, Lulú. Gracias por tu ayuda" - dijo la tortuga con una sonrisa en su rostro.
Lulú, emocionada por lo que habían logrado juntas, recordó la moneda.
"¿Sabes qué, tortuguita? Voy a devolver la moneda. Porque a veces, lo que más importa no es tener cosas, sino compartir momentos y ayudar a los demás" - afirmó Lulú con determinación.
Así que, con su pequeña manita, fue y colocó la moneda en el arroyo, deseando que quien la necesitara más que ella la encontrara.
Al regresar a casa, Mamá Conejo miró a su pequeña con orgullo.
"Lulú, has hecho una gran elección hoy. Estoy muy feliz de que hayas aprendido la importancia de ayudar y compartir" - dijo Mamá Conejo.
"Gracias, mamá. Aprendí que lo mejor no cuesta nada y que la amistad y ayudar a otros es lo más valioso" - respondió Lulú, sonriendo.
Y así, aquellas tres criaturas, Lulú, Mamá Conejo y la tortuga, aprendieron que la verdadera felicidad se encuentra en lo que compartimos con los demás. Y desde ese día, Lulú nunca volvió a mirar una moneda de la misma manera. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.