La lección de los duendecillos



Era un día soleado en la Escuela Primaria Arcoíris, y Paquito, un niño de siete años, se preparaba para otro día lleno de travesuras. Siempre había una broma lista para sus compañeros.

Cuando llegó al salón, no pasó mucho para que comenzara su show.

"¡Hola, Ale! Mirá, tengo un chicle pegado en la silla", dijo con una sonrisa burlona. Ale, inocente, se sentó y se quedó atrapado. Todos se rieron, pero a Ale no le hizo gracia.

"Paquito, ¡no es gracioso!", se quejó su amigo.

Pero Paquito solo se reía más. La travesura continuó durante toda la mañana. En el recreo, tiró un globo de agua sobre la directora y la escondió a sus compañeros. Todos reían, pero ese acto le costó un regaño que hizo que su sonrisa se desvaneciera momentáneamente.

Esa tarde, mientras regresaba a casa, Paquito vio algo extraño en el parque. Un par de duendecillos estaban rodeados de flores que brillaban como si les dieran luz propia. Intrigado, se acercó sigilosamente.

"¿Qué hacen ustedes?", preguntó Paquito, ocultando su sorpresa.

Los duendecillos, que eran pequeños y de color verde brillante, lo miraron con curiosidad.

"Estamos cuidando de estas flores mágicas", explicó uno de ellos con voz melodiosa. "Si alguien las toca sin permiso, se marchitan".

Paquito, que nunca había aprendido a pedir permiso para hacer sus travesuras, se sintió intrigado.

"¿Y qué pasa si las flores se marchitan?", preguntó, entrecerrando los ojos.

"Perdemos la luz de este lugar, y las risas se convierten en llantos. Cuando hay risas, todo se ilumina. Pero las bromas, si son pesadas, pueden lastimar", dijo otro duendecillo, mientras agitaba sus manitas.

Paquito se sintió un poco incómodo, no había pensado en eso.

"Pero a mí siempre me dicen que lo importante es hacer reír", replicó, cruzando los brazos.

"Eso es cierto, pero también hay que pensar en cómo se sienten los demás. La risa debe unirse, no separarnos. Así que, ¿quieres ayudar a que estas flores brillen y a hacer sonreír a todos?" le propuso otro duendecillo.

Paquito pensó por un momento. Era encantador ayudar a los duendecillos, pero también quería seguir haciendo sus bromas. Sin embargo, decidió quedarse un rato más.

"¿Qué puedo hacer?", preguntó, sintiéndose un poco más interesado.

"Recoge un poco de rocío de estas flores y dáselo a quienes les hayas hecho bromas. Así verás cómo puede cambiar todo", sugirió el duendecillo más grande.

Paquito no estaba seguro, pero la idea le parecía divertida. Comenzó a recoger el rocío brillante y se dispuso a buscar a sus amigos.

Al día siguiente, en la escuela, Paquito fue directamente a buscar a Ale.

"¡Hola, Ale!", dijo Paquito, con una sonrisa genuina. "Quiero que pruebes algo especial que he encontrado".

Ale lo miró con recelo, aún recordando la broma del chicle.

"¿Es otra broma?", preguntó suspicaz.

Paquito, sintiendo la presión, contestó sinceramente.

"No, esta vez no. Es solo un poco de rocío mágico que hicimos con unos amigos".

Ale se rió, esta vez no de burla, sino de curiosidad. Paquito le ofreció el rocío y, para su sorpresa, Ale sonrió.

"Gracias, Paquito. Es un buen gesto."

A medida que pasaron los días, Paquito continuó distribuyendo rocío entre sus compañeros. Se dio cuenta de que, en lugar de hacerse reír a costa de otros, podía hacerlos sentir bien, y comenzó a obtener sonrisas genuinas y abrazos.

Un día, se encontró de nuevo con los duendecillos en el parque, quienes lo vieron acercarse lleno de alegría.

"¿Y cómo te ha ido, Paquito?", preguntó uno de ellos.

"Me va mejor que nunca. ¡Mis amigos son muy felices!" exclamó.

"Eso es porque elegiste compartir la alegría, no solo burlarte", dijo el duendecillo más sabio. "Las bromas, si se hacen con cariño, pueden encender el corazón. Por eso, Paquito, ¿vemos las flores brillar?".

Al mirar alrededor, Paquito se dio cuenta de que el parque estaba más iluminado que nunca. Era cierto lo que decían los duendecillos. Había encontrado una forma de hacer reír a todos, ayudando y compartiendo momentos especiales.

Y así, Paquito dejó atrás su travesura egoísta y comenzó a ser el amigo que todos querían tener, dejando que la risa y la alegría florecieran.

Desde entonces, paquito solía sorprender a sus compañeros con muestras de amistad y risas compartidas. Y los duendecillos, aunque desaparecieron de la vista, continuaban cuidando de las flores mientras Paquito seguía iluminando su escuela con cariño y alegría.

FIN.

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