La lección de Luna



Había una vez en el océano Pacífico, una ballena llamada Luna. Luna era conocida por ser la ballena más rápida de todas, siempre ganaba las carreras que organizaban en el mar con los demás animales acuáticos.

Sin embargo, Luna tenía un problema: era muy nerviosa y nunca paraba de nadar. Un día, mientras todos los peces y delfines descansaban tranquilamente en arrecifes de coral, Luna seguía nadando de un lado a otro sin cesar.

Su mamá, la ballena mayor del océano, le decía preocupada: "Lunita, necesitas aprender a relajarte y disfrutar del momento. No todo en la vida es competir o estar en constante movimiento". Pero Luna no sabía cómo hacerlo.

Siempre se sentía inquieta e insegura cuando intentaba quedarse quieta por un momento.

Un día, mientras nadaba tan rápido como podía para demostrar su destreza, se encontró con un grupo de tortugas marinas que estaban teniendo problemas para llegar a la costa para poner sus huevos. "¡Hola Luna! ¿Podrías ayudarnos? Estamos teniendo dificultades para llegar a la playa", dijo una de las tortugas con tono preocupado. Luna se detuvo sorprendida al escucharlas y decidió ayudarlas sin dudarlo.

Lentamente las rodeó con cuidado y les enseñó cómo seguir su estela para llegar seguras a la orilla. "Gracias Luna, sin tu ayuda no hubiéramos llegado tan rápido", expresaron las tortugas emocionadas al pisar finalmente la arena.

Este gesto solidario hizo que Luna se sintiera bien consigo misma por primera vez en mucho tiempo. Se dio cuenta de que ayudar a los demás le traía una sensación de paz interior que nunca antes había experimentado.

A partir de ese día, Luna empezó a dedicar parte de su tiempo a colaborar con otros animales marinos que lo necesitaban.

Ayudaba a los peces pequeños a encontrar comida, acompañaba a las crías de foca hasta sus madres y jugaba con los delfines más tímidos para ayudarlos a socializar. Con cada acto desinteresado que realizaba, Luna se sentía más tranquila y feliz consigo misma. Aprendió que no siempre tenía que estar compitiendo o demostrando su velocidad para sentirse valorada y querida por los demás.

Y así, poco a poco, Luna fue dejando atrás sus miedos y ansiedades gracias al amor y la gratitud que recibía cada vez que ayudaba a alguien en el océano.

Descubrió que el verdadero valor no estaba en ser la más rápida o fuerte, sino en ser amable y generosa con quienes lo necesitaban. Desde entonces, Luna aprendió a equilibrar su pasión por nadar rápido con momentos de calma y tranquilidad junto a sus amigos del mar.

Y aunque seguía siendo conocida como la ballena más veloz del océano Pacífico, ahora también era admirada por su bondad y solidaridad hacia los demás habitantes del mar.

FIN.

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