La Lección de Mathew
Había una vez en un pequeño pueblo, un niño llamado Mathew. Desde muy chiquito, Mathew siempre se había sentido especial, como un pequeño rey. Tenía una sonrisa brillante y una manera de hablar que hacía que todos lo escucharan, pero también tenía una costumbre: usar esas palabras para hacer sentir mal a otros. Siempre presumía de tener los mejores juguetes, el uniforme más nuevo y las calificaciones más altas en la escuela.
Un día, mientras jugaban en el recreo, Mathew se acercó a sus compañeros con su habitual arrogancia.
"Miren, mi nueva pelota es la mejor de todas. ¡Ustedes no tienen nada que se le compare!" - dijo, mientras hacía rebotar la pelota frente a ellos.
Los niños se miraron entre sí, cansados de las ofensas de Mathew. Entonces, uno de ellos, Tomás, decidió que ya era suficiente.
"¿Y si hacemos algo al respecto?" - propuso.
Los demás asintieron, y juntos idearon un plan. Empezarían a actuar como si todo lo que Mathew decía no les importara. Así, decidieron ignorarlo y formar un grupo para jugar juntos, riéndose y divirtiéndose sin invitarlo.
Al principio, Mathew no se dio cuenta de lo que sucedía. Pero con el pasar de los días, se sintió cada vez más solo. Cuando se acercaba, los niños se reían y continuar jugado como si no estuviera ahí.
"¿Por qué no me invitan a jugar?" - preguntó, confundido.
"Porque queremos jugar sin escuchar tus quejas y tus comparaciones, Mathew. Al fin y al cabo, queremos divertirnos, no competir" - contestó Valentina, una de sus compañeras.
Días pasaron y Mathew, sintiéndose triste, decidió hablar con su madre.
"Mamá, mis amigos ya no quieren jugar conmigo. No sé por qué..." - le confesó con lágrimas en sus ojos.
La madre de Mathew lo abrazó y le dijo:
"Quizás sea hora de reflexionar sobre cómo te comportas, cariño. A veces, las palabras pueden lastimar más que los golpes. ¿Te has preguntado cómo se sienten cuando los menosprecias?"
Esa noche, Mathew no pudo dormir bien. Se dio cuenta de que había estado tan perdido en su propio mundo que no se había ocupado de los sentimientos de sus amigos. Decidido a cambiar, al día siguiente se acercó a ellos.
"Chicos, lo siento. Sé que a veces he sido un poco arrogante. Me gustaría que me dieran otra oportunidad. Prometo ser más amable."
Sus compañeros lo miraron sorprendidos, pero en sus rostros podían ver que Mathew estaba sincero. Tomás fue el primero en responder.
"Está bien, Mathew. Pero debes demostrar que puedes cambiar. Haremos un juego donde todos tienen que colaborar, ¿te parece?"
Mathew asintió con la cabeza. Así fue como empezaron a jugar juntos, colaborando en vez de competir.
"¡Eso fue genial!" - exclamó Valentina después de un juego, y todos rieron con alegría. Mathew se sintió feliz.
Con el tiempo, Mathew se convirtió en un amigo más amable y comprensivo. Empezó a elogiar a otros por sus habilidades en lugar de presumir de las suyas.
"¡Buen trabajo, Tomás! Eres el mejor al lanzar la pelota!" - decía, cada vez que Tomás lograba una buena jugada.
Un día, mientras estaban jugando, Mathew se dio cuenta de que el verdadero valor de los amigos no estaba en lo que uno tenía, sino en cómo nos llevamos y nos apoyamos.
Y así, Mathew aprendió que ser humilde y amable no solamente lo hacía sentir bien consigo mismo, sino que también fortalecía sus lazos de amistad.
Desde entonces, el grupo de amigos, liderados por Mathew, se convirtió en uno de los más unidos del colegio. Juntos, aprendieron a celebrar las pequeñas victorias de cada uno y a disfrutar de la compañía, sin importar quién tuviera el mejor juguete o la mejor calificación.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. Pero la amistad de Mathew y sus compañeros seguirá creciendo con cada día, recordando siempre que ser humilde es lo que realmente nos hace grandes.
FIN.