La Lección de Octavio el Pulpo
Era un hermoso día de sol en el patio de la casa de Octavio, un pulpo rojo mecánico que brillaba al sol. Octavio era muy querido por los niños del barrio, pues tenía un carro de juguete que podía manejar con su tentáculo más largo. La gente lo admiraba por su habilidad y su gran sinceridad.
Una mañana, mientras estaba jugando, apareció Gigi, una jirafa blanca que había llegado recientemente al vecindario. Gigi era muy alta y siempre tenía una gran sonrisa, pero también tenía una inclinación por los trucos, aunque no lo sabía.
- “¡Hola, Octavio! ¡Mirá lo que traigo! ” – exclamó Gigi con entusiasmo, levantando su cuello hacia el cielo.
- “Hola, Gigi. ¿Qué es eso? ” – preguntó Octavio, curioso.
Gigi se acercó y sacó una caja con un gran lazo.
- “Es un increíble juego de carreras. ¡Voy a demostrarte lo divertido que es! Pero para eso, necesitaré tu carro.”
Octavio, confiado y emocionado, le prestó su carro sin dudar.
- “¡Sí, sí! ¡Vamos a jugar! ” – dijo Octavio mientras su tentáculo acariciaba su vehículo de juguete.
Gigi, con una sonrisa pícara, comenzó a jugar, mientras Octavio observaba con entusiasmo. Pero pronto, Gigi comenzó a hacer trucos raros, y cuando quiso llevarla a dar un paseo por el patio, la jirafa se despidió abruptamente.
- “Gracias por el carro. ¡Es genial! ¡Lo cuidaré como si fuera mío! ” – dijo Gigi, justo antes de irse corriendo.
Octavio, confiado, no se dio cuenta de que algo no estaba bien. Pero al cabo de un rato, se dio cuenta de que Gigi jamás regresó con su carro de juguete.
- “Espera, ¿dónde está mi carro? ” – se preguntó angustiado, buscando en todo el patio.
Esa tarde, los niños del barrio llegaron a jugar con Octavio. Pero él estaba triste porque no tenía su carro. Al ver su melancolía, los niños decidieron ayudar.
- “¡Octavio, no te preocupes! Podemos buscar a Gigi y recuperar tu carro.” – animaron los niños.
Octavio, un poco escéptico, asintió. Juntos formaron una pequeña expedición y comenzaron a buscar a Gigi por todo el vecindario. Finalmente, encontraron a la jirafa en un parque, rodeada de otros animales.
- “Hola, Gigi. Te buscamos. ¿Dónde está mi carro? ” – dijo Octavio decididamente.
Gigi, sorprendida, se rascó la cabeza.
- “¡Oh, no! ¿Lo dejé aquí? Creí que era un regalo… ¡Perdóname! ” – dijo, algo asustada.
El corazón de Octavio se hundió un poco, pero justo en ese momento, un sapo llamado Tito, que había estado observando todo desde un arbusto, saltó hacia adelante.
- “¡Yo vi lo que hiciste, Gigi! ¡No es justo! Tienes que devolver el carro de Octavio! ” – saltó Tito, muy enérgico.
Gigi se dio cuenta de que había cometido un error.
- “Tienes razón, Tito. No debería haber tomado el carro sin pedirlo. ¡Aquí está, Octavio! ” – dijo mientras le devolvía el carro.
Octavio sonrió, aliviado, y todos los niños aplaudieron.
- “Gracias, Gigi. Aprendí que siempre debemos ser honestos y pedir las cosas antes de usarlas.”
- “Sí, y yo aprendí que lo que es de otro hay que respetarlo. Gracias por ayudarme a entenderlo” – dijo Gigi, con sinceridad.
Desde aquel día, Gigi y Octavio se hicieron grandes amigos. Jugaron juntos, y la jirafa siempre aseguraba pedir permiso antes de usar los juguetes de Octavio. Juntos hicieron una promesa: nunca más estafar a nadie, y siempre ser sinceros.
Y así, entre risas y aventuras, Octavio y Gigi enseñaron a todos los animales del barrio sobre la importancia de la amistad, la honestidad y el respeto. Y cada vez que veían brillar el carro rojo de Octavio, sabía que con cada aventura, se hacían aún más grandes en corazón y amistad.
FIN.