La lección de Sofía


Había una vez en un hermoso pueblo llamado Frutalandia, un niño muy especial llamado Tomás.

A diferencia de los demás niños, a Tomás le encantaba vestirse con ropa color fucsia y siempre llevaba puestas unas gafas de sol amarillas que lo hacían ver muy elegante. Un día, mientras paseaba por el mercado del pueblo, Tomás vio algo que llamó poderosamente su atención: ¡una pelota de cocina brillante y reluciente! Sin pensarlo dos veces, decidió comprarla con sus ahorros.

Desde ese momento, la pelota se convirtió en su juguete favorito. Tomás pasaba horas y horas jugando con su pelota de cocina en el parque, haciendo malabares y trucos increíbles que dejaban a todos boquiabiertos.

Pero un día, mientras practicaba sus habilidades, la pelota salió disparada hacia un árbol frondoso y quedó atrapada en una rama alta. -¡Ay no! ¡Mi querida pelota está atrapada! -exclamó Tomás preocupado. Justo en ese momento, se acercó a él una niña llamada Sofía.

Sofía era conocida por ser muy inteligente y siempre tener ideas geniales para solucionar problemas. -¿Qué te pasa, Tomás? -preguntó Sofía al ver la cara triste del niño fresa.

-Mi pelota de cocina quedó atrapada en ese árbol y no puedo alcanzarla -respondió Tomás señalando hacia arriba. Sofía sonrió y dijo:-No te preocupes, yo tengo una idea. Espera aquí un momento. Sofía corrió hacia su casa y regresó con una escalera larga.

Con mucha destreza subió hasta la rama donde estaba la pelota y logró recuperarla sin dificultad alguna. La devolvió sana y salva a Tomás, quien estaba tan feliz que no paraba de dar saltos de alegría. -¡Gracias Sofía! Eres increíblemente inteligente -exclamó Tomás emocionado.

Desde ese día, Tomás aprendió que pedir ayuda cuando lo necesitaba no era signo de debilidad, sino todo lo contrario: era muestra de valentía y humildad. Además, descubrió el valor de la amistad verdadera gracias a Sofía.

Juntos compartieron muchas aventuras más en Frutalandia; cada día era una oportunidad para aprender algo nuevo y divertirse como nunca antes lo habían hecho.

Y así fue como el niño fresa con gafas coloridas encontró en la cocina algo más valioso que una simple pelota: encontró amigos entrañables que le enseñaron grandes lecciones para toda la vida.

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