La lechuga solidaria
Había una vez una pequeña lechuga llamada Lechuga que vivía en un huerto muy colorido. Lechuga era diferente a las demás lechugas, ya que tenía un brillo especial en sus hojas y siempre estaba llena de energía.
Un día, mientras todas las otras verduras estaban tomando el sol y creciendo felices en el huerto, Lechuga se dio cuenta de algo preocupante. Había visto a los niños del pueblo acercarse al huerto con cestas vacías y miradas hambrientas.
Lechuga decidió hablar con sus amigas zanahoria y tomate para encontrar una solución. Juntas, idearon un plan para ayudar a los niños del pueblo.
Primero, Zanahoria sugirió que podrían regalar algunas semillas a los niños para que pudieran plantar su propia comida en casa. Tomate agregó la idea de enseñarles cómo cuidar las plantas y cultivar sus propias verduras. Lechuga estaba emocionada por la idea y decidieron ponerla en práctica lo antes posible.
Se acercaron a los niños del pueblo y les explicaron su plan. -¡Hola niños! Tenemos una gran sorpresa para ustedes -dijo Lechuga emocionada-. Queremos regalarles algunas semillas para que puedan cultivar su propia comida en casa.
¿Les gustaría aprender? Los ojos de los niños se iluminaron de alegría ante la propuesta y aceptaron encantados. Así comenzó el proyecto "Verduras Felices". Lechuga, Zanahoria y Tomate enseñaron pacientemente a los niños cómo preparar la tierra, plantar las semillas y cuidar las plantas.
Los niños estaban tan emocionados que no podían esperar para ver crecer sus propias verduras. Poco a poco, las casas del pueblo se llenaron de pequeños huertos llenos de zanahorias, tomates y, por supuesto, lechugas.
Los niños aprendieron el valor del trabajo en equipo y la importancia de cuidar la naturaleza. Un día, mientras Lechuga caminaba por el huerto junto a sus amigas, notó algo maravilloso: los niños ya no tenían hambre.
Sus rostros estaban radiantes de felicidad al comer las verduras que habían cultivado con tanto amor. Lechuga se sintió orgullosa de su idea y feliz al ver cómo había ayudado a los demás.
Comprendió que todos somos diferentes y únicos en nuestro propio camino, pero cuando trabajamos juntos, podemos lograr cosas increíbles. Desde ese día, Lechuga se convirtió en un símbolo de solidaridad y generosidad en el huerto. Las demás lechugas comenzaron a brillar como ella e incluso otras verduras adoptaron su actitud positiva.
Y así fue como Lechuga demostró que una pequeña planta puede hacer una gran diferencia si se lo propone.
Su historia inspiró a muchas personas a ayudarse mutuamente y recordó a todos la importancia de compartir lo que tenemos con quienes más lo necesitan. Y colorín colorado, esta historia llena de amor y enseñanzas ha terminado. ¡Hasta pronto!
FIN.