La Leyenda de Arévalo



En un pequeño pueblo llamado Arévalo, había un bosque mágico, lleno de árboles gigantes y flores brillantes. Los niños del pueblo siempre escuchaban historias sobre un misterioso guardián del bosque llamado Don Yeah.

Un día, María, una niña curiosa de diez años, decidió aventurarse en el bosque para descubrir si las leyendas eran ciertas. Llevó consigo a su amigo Lucas, que siempre la acompañaba en sus locuras.

"¿Estás segura de que queremos hacer esto?" - preguntó Lucas con una pizca de miedo en su voz.

"¡Claro que sí! Siempre hemos querido conocer a Don Yeah. Además, si no lo hacemos, nunca lo sabremos" - respondió María, con una sonrisa llena de valentía.

Cuando entraron al bosque, se sintieron como si estuvieran en otro mundo. Los árboles parecían susurrar bienvenidos y las mariposas coloridas revoloteaban a su alrededor.

"Mirá eso, Lucas, ¿son flores que brillan?" - dijo María emocionada, mientras señalaba un grupo de flores que resplandecían con la luz del sol.

"¡Es increíble!" - exclamó Lucas, olvidando por un momento su miedo.

Después de caminar un buen rato, llegaron a un claro donde, según decían las leyendas, se podía encontrar a Don Yeah. En el centro del claro, había un árbol enorme, con hojas doradas y una corteza que parecía hablar por sí misma.

"¡Hola!" - llamó María con voz firme.

"¿Quién se atreve a perturbar mi paz?" - resonó una voz profunda desde el árbol.

"Soy María y él es Lucas. Venimos a conocerte, Don Yeah" - dijo María, sintiendo cómo la adrenalina recorría su cuerpo.

Tras un momento de silencio, el árbol comenzó a moverse lentamente y, de su tronco, apareció una criatura mágica: Don Yeah, un ser de aspecto amable, con una larga barba hecha de hojas verdes y ojos llenos de sabiduría.

"¿Por qué quieren conocerme?" - preguntó Don Yeah.

"Nuestra maestra dice que proteges el bosque y que eres muy sabio. Queremos aprender de ti" - respondió Lucas, ahora más seguro.

"¿Están dispuestos a aprender y a ayudar a mi bosque?" - cuestionó Don Yeah.

"¡Sí!" - gritaron los niños al unísono.

Don Yeah sonrió y comenzó a contarles sobre la vida en el bosque, cómo todos los seres vivos estaban conectados y la importancia de cuidar la naturaleza.

"El bosque no solo es un lugar, es un hogar para muchos, y si lo cuidan, también serán cuidados a cambio" - les explicó.

Durante su visita, Don Yeah les mostró un hermoso lago escondido donde nadaban peces de todos los colores. Sin embargo, les advirtió sobre el peligro de la basura que a veces caía de las picadas del pueblo.

"Si descuidamos nuestro hogar, perderemos todo lo que amamos" - dijo con tristeza.

Decididos a ayudar, María y Lucas prometieron cuidar el bosque.

"Haremos lo posible por informar a nuestros amigos y familia sobre la importancia de no arrojar basura" - dijo Lucas.

"Así es, aprenderemos y compartiremos lo que aprendimos" - añadió María.

Antes de regresar a casa, Don Yeah les obsequió un pequeño amuleto hecho de hojas entrelazadas, calentito y brillante.

"Este será un recordatorio de su promesa. ¡Cuida siempre de la naturaleza!" - les dijo mientras se desvanecía en el aire.

Desde aquel día, María y Lucas se convirtieron en los guardianes del bosque. Empezaron a organizar días de limpieza con sus amigos y enseñaron a los más pequeños sobre el cuidado del medio ambiente.

A lo largo de los años, el bosque de Arévalo floreció más que nunca, y los niños crecieron sabiendo que no solo habían hecho un amigo mágico, sino que también habían aprendido el verdadero valor de cuidar lo que amaban. Y así, la leyenda de Don Yeah continuó viva en cada hoja, cada riachuelo y cada rincón del bosque.

FIN.

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