La Leyenda de las Empanadas y los Diaguitas



En un cálido valle rodeado de montañas, vivía un pueblo de diaguitas. Su cultura era rica y llena de tradiciones, pero había un problema: cada vez que celebraban una fiesta, la comida nunca alcanzaba. Todos querían compartir algo delicioso, pero no había suficiente para todos.

Una niña llamada Kallén observaba con atención cada fiesta. Sus ojos brillaban con ganas de ayudar.

"¡Si tan solo pudiéramos hacer algo que rinda más!" - pensaba mientras miraba a los adultos preparar las comidas.

Un día, Kallén decidió hablar con su abuelo, un anciano sabio del pueblo.

"Abuelo, ¿qué podemos hacer para que haya comida suficiente para todos en las fiestas?" - preguntó con curiosidad.

"Niña, en mis tiempos se hacía un platillo especial. Era práctico y delicioso, pero se ha olvidado con el tiempo" - respondió el abuelo, acariciando su barba canosa.

"¿Qué era, abuelo?" - preguntó Kallén impaciente.

"Se llamaba empanada. Se podía llenar con una variedad de ingredientes y cerrar bien para que todos pudieran compartir. Pero no solo es eso, cada empanada llevaba su historia..." - dijo el anciano con nostalgia.

Intrigada, Kallén decidió que quería aprender a hacer empanadas. Comenzó a reunir los ingredientes. Fue a la huerta, recogió ingredientes frescos como carne, verdura y especias.

"¡Mirá, abuelo! Tengo todo lo que necesitamos" - le contó emocionada.

"¡Ya fue un buen paso! Ahora, necesitamos hacer la masa" - dijo el abuelo.

Juntos, comenzaron a amasar la harina. Tras muchas risas y juegos de harina, Kallén hizo una bola perfecta de masa. Luego, el abuelo le mostró cómo estirarla.

"Debes dejarla bien fina para que se puedan llenar y cerrar sin romperse. ¡Como un abrazo entre mucho sabor!" - le explicó.

Tras varias horas de trabajo y mucha diversión, Kallén había hecho una hermosa tanda de empanadas. Estaba lista para la fiesta.

"¿Crees que a la gente le gustarán, abuelo?" - preguntó Kallén nerviosa.

"Lo importante es que has puesto amor en ellas. Eso es lo que cuenta" - le respondió el abuelo, sonriendo.

La noche de la fiesta llegó y el pueblo estaba ansioso por probar la comida. Kallén, valiente como una leona, se dirigió al centro de la plaza donde los hombres y mujeres de la comunidad se habían reunido.

"¡Hola a todos! He traído algo muy especial" - dijo Kallén con una voz firme.

"¿Qué es?" - preguntó un niño del pueblo.

"¡Empanadas! Las hice con amor y con la ayuda de mi abuelo. ¡Tienen ingredientes frescos de nuestra tierra!" - exclamó Kallén.

La gente se acercó curiosa y Kallén ofreció las empanadas a todos. Al primer bocado, los rostros de alegría decoraron la plaza.

"¡Están riquísimas!" - gritó un anciano.

"¡Son como un abrazo de sabor!" - dijo una mujer mientras disfrutaba de su empanada.

Una a una, las empanadas fueron desapareciendo mientras el pueblo celebraba la comida. Kallén sintió una alegría inmensa.

"Gracias, abuelo. ¡Lo hemos conseguido!" - comentó Kallén emocionada.

"No solo tú, querida. Esta es la esencia de nuestra comunidad. Un viaje de compartir y celebrar juntos" - respondió el abuelo.

Desde ese día, las empanadas se convirtieron en el platillo oficial de cada fiesta en el pueblo diaguita. Cada uno aportaba su ingrediente especial, y así, las empanadas se llenaron de historias.

Y así, la leyenda del origen de las empanadas y los diaguitas se fue contando de generación en generación, recordando que con amor y unión, siempre habrá lugar para el festejo en nuestras vidas.

FIN.

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