La Leyenda del Fuego Tehuelche
Érase una vez, en las vastas tierras de la Patagonia, donde los antiguos tehuelches vivían, una tribu que no conocía el fuego. Las noches eran frías y oscuras, y los tehuelches se acurrucaban entre las pieles de guanaco para encontrar calor.
Un día, un joven llamado Kallfü, que siempre estaba lleno de curiosidad, decidió que quería descubrir cómo calentar sus noches. Mientras caminaba por el bosque, se encontró con un viejo sabio de su tribu, el abuelo Ouiñ.
"¿Por qué andás tan preocupado, Kallfü?" - preguntó el sabio.
"Abuelo, quiero saber cómo podemos tener fuego para no pasar más frío en las noches" - respondió Kallfü.
"El fuego es una fuerza poderosa, niño. Deberías tener cuidado con lo que deseas. En la antigüedad, un grupo de nuestros antepasados buscó el fuego y lo encontró, pero no todos aprendieron a respetarlo" - dijo Ouiñ con voz grave.
Kallfü, decidido, siguió buscando respuestas. Durante días, recorrió la naturaleza preguntando a los animales sobre el fuego. Un día, se topó con un águila que planeaba en el cielo.
"¡Águila, majestuosa!" - gritó Kallfü. "¿Sabés dónde puedo encontrar el fuego?"
El águila lo miró y dijo: "El fuego no se encuentra. Se crea. Pero debes ser valiente y astuto para hacerlo. Encuentra dos piedras de chispa".
Kallfü corrió a buscar las piedras y, una vez las tuvo, se dirigió hacia un claro entre los árboles. Con mucha dedicación, comenzó a golpear las piedras entre sí. Tras varios intentos, de repente, saltó una chispa que cayó sobre unas hojas secas.
"¡Lo logré!" - gritó emocionado.
Sin embargo, al poco tiempo, el fuego comenzó a hacerse más grande de lo que pudo manejar. El humo se elevó y empezó a asustar a los animales cercanos.
"¡Ayuda!" - llamó Kallfü, mientras intentaba controlar las llamas.
Al escuchar el grito de su nieto, el abuelo Ouiñ corrió hacia el claro. "Kallfü, ¿qué has hecho?" - expresó indignado. "¡Tenías que tener cuidado!"
Pero antes de que Kallfü pudiera responder, una gran sombra se acercó. Era el puma, el rey de la montaña. Al ver el fuego descontrolado, se detuvo en seco y observó la escena.
"Kallfü, veo que has encontrado el fuego, pero lo has descontrolado" - dijo el puma con su voz profunda.
"No quise, señor puma. Solo quería un poco de calor" - contestó Kallfü, con la mirada baja.
"El fuego puede traernos luz y calor, pero también puede destruir. Aprendé a trabajar con él y a respetarlo siempre" - aconsejó el puma, mientras con su pata grande empujaba algunas hojas hacia el fuego, creando una barrera de seguridad.
Juntos, Kallfü, Ouiñ y el puma pudieron controlar el fuego. El joven aprendió a no tenerle miedo, sino a entenderlo. Con el tiempo, Kallfü se convirtió en el guardián del fuego para su tribu, enseñando a todos cómo utilizarlo de forma segura y respetuosa.
Las noches de la tribu ya no eran solo frías y oscuras. Todos se sentaban alrededor del fuego, compartiendo historias y risas. Gracias a la curiosidad de Kallfü y a la sabiduría del puma, los tehuelches aprendieron que el fuego era un regalo que debía cuidar y respetar.
Y así, cada noche, bajo el cielo estrellado de la Patagonia, las chispas del fuego danzaban al ritmo de las historias narradas, iluminando sus corazones y guiando a los tehuelches hacia un futuro más cálido y unido.
*"Recordá, pequeño Kallfü, el fuego es un amigo fiel, siempre que lo cuides bien" - susurró el abuelo Ouiñ.*
Desde entonces, las enseñanzas de Kallfü se transmitieron de generación en generación, y el fuego ya no solo era una fuente de calor, sino un símbolo de unión y respeto por la naturaleza.
Y así, la tribu vivió feliz en la Patagonia, abrazando el calor del fuego y las enseñanzas que con él vinieron.
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FIN.