La leyenda del muñeco de nieve aventurero
Había una vez, en un pueblito argentino llamado Villa Fría, una tradición muy especial en Navidad: todos los habitantes construían muñecos de nieve en la plaza. Pero una noche, mientras la nieve caía suavemente, algo mágico sucedió.
Los muñecos de nieve cobraron vida. Uno de ellos, llamado Nievecito, era un muñeco atrevido y curioso. Se miró a sí mismo y, con una sonrisa, dijo:
-Nievecito, ¡es hora de vivir una aventura!
Empezó a explorar la plaza, cuando de pronto escuchó un ligero susurro entre los árboles.
-¿Quién está ahí? -preguntó Nievecito, un poco asustado.
-¡Soy yo, el Duende de la Nieve! -respondió una voz.
-¿El Duende de la Nieve? -se sorprendió Nievecito.
-Sí, y vengo a mostrarte algo extraordinario. Si me sigues, descubrirás un lugar lleno de sorpresas.
Intrigado, Nievecito decidió seguir al duende. Caminando entre los árboles cubiertos de escarcha, llegaron a un claro donde había un impresionante castillo de hielo.
-Wow, ¡esto es increíble! -exclamó Nievecito.
-Sí, pero no todo es lo que parece -advirtió el duende.
-¿Por qué lo dices? -preguntó el muñeco.
-Porque una vez al año, esta mágica fortaleza se llena de tesoros navideños, pero solo el corazón puro puede disfrutar de ellos.
Nievecito miró a su alrededor y, al ver la belleza del lugar, sintió que su corazón se llenaba de alegría. Sin embargo, recordó a sus amigos en la plaza y se sintió extraño por estar allí solo.
-Duende -dijo Nievecito-, quiero compartir esto con mis amigos. La Navidad es tiempo de dar, no de llevar.
El duende sonrió.
-Tienes razón, pequeño muñeco. La verdadera magia de la Navidad está en compartir y cuidar a los demás.
-Entonces, ¿qué hacemos? -preguntó Nievecito.
-Si logras convencer a tus amigos de unirse a esta aventura, el castillo abrirá sus puertas.
Sin pensarlo dos veces, Nievecito corrió de vuelta a la plaza. Cuando llegó, vio que otros muñecos de nieve estaban comenzando a desvanecerse.
-¡Amigos! -gritó Nievecito-. ¡Vengan! ¡El Duende de la Nieve tiene algo maravilloso para nosotros!
-¿Qué es? -preguntó uno de ellos, temeroso.
-¡Un castillo lleno de tesoros navideños! Pero necesitamos ir juntos, así la magia florecerá.
Los muñecos dudaron, pero al ver la emoción en los ojos de Nievecito decidieron seguirlo. Al llegar al claro, el castillo iluminado brillaba más que cualquier estrella.
-¡Wow! -gritaron todos al unísono.
Pero una sombra se asomó detrás del castillo. Era el malvado Rey Pino, quien quería robar toda la magia de la Navidad.
-¡Deténganse! -gritó el Rey Pino.
-¡No dejaremos que lo hagas! -respondió Nievecito con valentía, sintiendo que sus amigos lo apoyaban.
-¿Qué piensan hacer, muñecos de nieve? ¡Soy el rey de la oscuridad!
Los muñecos, decididos a proteger su magia navideña, se unieron formando un círculo.
-¡Juntos somos más fuertes! -gritó Nievecito, y todos comenzaron a cantar villancicos.
El canto llenó el aire con felicidad y luz, creando un poderoso vínculo entre ellos.
-¡No! -gritó el Rey Pino mientras la luz lo envolvía. -¡No puede ser!
Se desvaneció en el aire, dejando el castillo seguro y brillante.
-¡Lo logramos! -gritaron todos.
El Duende apareció nuevamente, sonriendo, y dijo:
-Así es, Nievecito. Ustedes mostraron que la unión y el amor son más poderosos que cualquier sombra oscura.
-¡Feliz Navidad! -gritaron todos mientras el castillo se llenaba de tesoros y risas, y comenzaron a celebrar juntos.
-Y así, desde ese día, cada Navidad, en Villa Fría, los muñecos de nieve recordaban la lección más valiosa: que la verdadera magia de la Navidad se encuentra en compartir, en la amistad y en el amor que se tienen entre ellos.
Y cada vez que las luces de Navidad brillan, los muñecos de nieve son testigos de esa mágica unión que jamás será olvidada.
FIN.