La llave dorada del lenguaje



Había una vez un niño llamado Bautista. Tenía dos años y era muy activo y curioso, pero no podía expresarse con palabras. A pesar de eso, le encantaba salir en su bicicleta por el parque todos los días.

Bautista vivía cerca del parque más grande de la ciudad. Era un lugar lleno de árboles, flores y muchas personas que disfrutaban de actividades al aire libre.

Cada tarde, Bautista salía con su mamá a dar un paseo en bicicleta. Un día soleado, mientras pedaleaba por el parque, Bautista vio algo brillante en el camino.

Se detuvo y se agachó para ver qué era: ¡era una llave dorada! Sin pensarlo dos veces, la recogió y guardó en su bolsillo. Al llegar a casa, Bautista mostró la llave a su mamá. Ella se sorprendió y le preguntó dónde la había encontrado. Pero como Bautista aún no podía hablar, solo señaló hacia el parque.

La mamá de Bautista decidió seguirle la corriente a su hijo y juntos regresaron al parque con la llave en mano. Caminaron hasta encontrar un viejo cofre cubierto de musgo bajo un árbol enorme.

Con mucha emoción, Bautista abrió el cofre con ayuda de su mamá usando la llave dorada. Dentro encontraron algo realmente especial: ¡un libro mágico! El libro tenía páginas llenas de ilustraciones coloridas y letras brillantes que parecían cobrar vida propia.

La mamá de Bautista comenzó a leerle el cuento del "Bosque Encantado". A medida que avanzaban en la historia, Bautista se dio cuenta de algo sorprendente: podía entender cada palabra que su mamá leía. El libro mágico había despertado su lenguaje expresivo.

Desde ese día, Bautista y su mamá pasaron horas y horas leyendo historias juntos en el parque. Bautista aprendió nuevas palabras, colores y formas a través de los cuentos del libro mágico. Poco a poco, Bautista comenzó a hablar con fluidez.

Su mamá estaba muy orgullosa de él y lo animaba a seguir explorando el mundo de las palabras.

Con el tiempo, Bautista descubrió que no solo amaba salir en bicicleta, sino también contar sus aventuras a través de dibujos y pequeñas historias escritas. Un día, mientras paseaban por el parque en bicicleta como siempre hacían, Bautista encontró un niño triste sentado en un banco. Se acercó corriendo hacia él y le preguntó qué le ocurría.

"No tengo amigos", respondió el niño con lágrimas en los ojos. Bautista recordó cómo se sentía cuando no podía comunicarse con palabras. Decidió tomar una hoja de papel y dibujarle una sonrisa al niño triste.

Ambos comenzaron a reír juntos y desde ese momento se convirtieron en grandes amigos. Así fue como Bautista aprendió que las palabras pueden ser poderosas, pero también existen otras maneras maravillosas de comunicarse e interactuar con los demás.

Desde aquel día, cada vez que salían al parque en bicicleta, Bautista y su nuevo amigo dibujaban sonrisas para alegrar a las personas que encontraban. Y así, Bautista descubrió que no importa cómo se exprese uno, lo importante es compartir amor y amistad con los demás.

FIN.

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